Jueves, 18 Abril 2024
Báculo y Manto de san José

Báculo y Manto de san José

El carpintero fuerte de Nazaret, José, hijo de Jacob, fue elegido por Dios para ser esposo de la Virgen María, y lo señaló mediante una vara de almendro que floreció en su mano cuando los sumos sacerdotes de Jerusalén convocaron a los varones de Judea para encontrar a quien tomaría por esposa a la hija de Joaquín y Ana, la doncella educada y formada en el Templo en un privilegio al que pocas niñas aspiraban.

A san José, Dios le confió sus tres más grandes tesoros: Su Hijo, Su Madre y Su Iglesia. Siempre hizo la voluntad de Dios, creyó en Jesús antes de que naciese, lo protegió, lo formó con su propio testimonio de vida y le demostró que el amor de Dios es como el de un padre.

Tras la Anunciación y Encarnación del Verbo divino, el seno de la Virgen crecía hasta que José se percató; y fue ese el día en que José le salvó la vida por vez primera a Jesús, pues la ley judaica castigaba con muerte por lapidación a toda mujer soltera que estuviese embarazada. José, conocedor de la justicia, quiso rescatar de la muerte a María y a su Hijo aunque su corazón se partió de dolor hasta que Dios lo confortó con el sueño para luego consolarlo por medio del ángel: -José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo (Mt 1,20). Al despertarse, José recorrió apresurado el nuevo sendero de su vida hacia la casa de María, quien salió a la puerta para ver venir la figura dispuesta de su prometido mientras le habló a su Hijo con estas palabras: -Jesús, tendrás por padre a un hombre dispuesto a entregar su vida por ti.

San Efrén, diácono y Doctor de la Iglesia del siglo IV, medita en los pensamientos del esposo de la Virgen: “¿De dónde a mí este honor que el Hijo del Altísimo me sea dado así por hijo? ¡Ah! Niñito, me alarmé, lo confieso, respecto de tu madre; hasta llegué a pensar en dejarla. Estaba atrapado en mi ignorancia del misterio. Y sin embargo, en tu madre residía el tesoro escondido que haría de mí el más rico de los hombres. David, mi antepasado, se ciñó la corona real, yo había descendido hasta ser un simple artesano; pero la corona que había perdido vuelve a mí cuando tú, Rey de los reyes, te dignas reposar sobre mi pecho”.

De san José se conservan su anillo nupcial, su báculo, su manto y sus herramientas. El Anillo, en Perugia, Italia, dentro de una caja de oro de once llaves, como lo confirma el papa Benedicto XIV en el párrafo tercero de la segunda parte de sus escritos Las festividades de la santísima Virgen. El Báculo, en la iglesia de Los Ángeles, de los frailes Camalduenses de Florencia, confiado a su Superior General, Ambrosio, por Gregorio III, elegido Patriarca de Constantinopla en 1446. El Báculo llegó a Florencia en 1439, procedente de Constantinopla, con ocasión del concilio de Florencia, de 1838, convocado por el papa Eugenio IV. El Padre Ricca, en el tomo dos de su obra Chiese Fiorentina refiere milagros obtenidos tras el contacto con el Báculo, del que se extrajeron astillas que se conservan en España, en la catedral de Málaga y en el monasterio de la Encarnación, de Madrid.

Una parte de su Manto, con el que José cubrió a Jesús recién nacido, se conserva en Roma, en la iglesia de santa Cecilia, como informa el Padre José Ignacio Vallejo, en su obra Vida del Señor san José, dignísimo esposo de la Virgen María y padre putativo de Jesús del año 1729. De esta reliquia se cortó una porción que conservan los Carmelitas Descalzos de Amberes, otra que se venera en la iglesia de Santo Domingo, en Bolonia, Italia, y una más en el convento de Tepoztlán, México; y, según refiere Jesús Cobo Molinos en su libro El Cazador de Reliquias, “probablemente el trozo más venerado en España sea el que se encuentra en la capilla del Colegio Seminario de Corpus Christi de Valencia, donado por los Agustinos a la colección del colegio afirmando que era el mismo manto con el que José envolvió al Niño al nacer”.

En la basílica de San Pedro, del Vaticano, se resguardan herramientas de san José, que durante siglos estuvieron en Tierra Santa, como refiere el Catalogue Relics of the Roman Catholic Church; son unos clavos, un martillo, una hacha y un serrucho, herramientas con las que trabajó para sostener a su sagrada familia.