La Divina Liturgia

La Divina Liturgia

Visto: 2532

A la celebración de la santa Misa, en la iglesia ortodoxa se le conoce como Divina Liturgia, la celebración de la Eucaristía que sigue el ritual de San Juan Crisóstomo, Padre de la Iglesia.

De muy feliz memoria son las palabras que, durante su viaje apostólico a Turquía, a finales del año 2006, el papa Benedicto XVI pronunció en la iglesia de San Jorge, en El Fanar, Estambul, el jueves 30 de noviembre de aquel año: “Hoy, en esta iglesia patriarcal de San Jorge, podemos experimentar una vez más la comunión y la llamada de los dos hermanos, Simón Pedro y Andrés, en el encuentro entre el Sucesor de Pedro y su hermano en el ministerio episcopal, cabeza de esta Iglesia, fundada según la tradición por el apóstol Andrés. Nuestro encuentro fraternal pone de relieve la especial relación que une a las Iglesias de Roma y Constantinopla como Iglesias hermanas” y agregó que “Con este mismo espíritu, mi presencia hoy aquí pretende renovar nuestro compromiso común de continuar por el camino que lleva al restablecimiento, con la gracia de Dios, de la comunión plena entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla. Puedo asegurarles que la Iglesia católica está dispuesta a hacer todo lo posible para superar los obstáculos y para buscar, junto con nuestros hermanos y hermanas ortodoxos, medios de colaboración pastoral cada vez más eficaces con ese fin”.

En la celebración de la Divina Liturgia, antes de recibir la sagrada Comunión, los fieles pronuncian, en silencio, una oración que implica verdaderamente todo un deseo de conversión y de fidelidad a Dios; y así, con emotivas palabras, expresa: “Creo, Señor, y confieso que Tú eres en verdad el Cristo, el Hijo de Dios vivo que has venido al mundo a salvar a los pecadores, de los que yo soy el primero. También creo que Éste es tu mismo inmaculado cuerpo y que Ésta es tu misma preciosa sangre. Por tanto, te imploro: ten piedad de mí y perdona mis culpas, voluntarias e involuntarias, las de palabra o de obra, cometidas a sabiendas o en ignorancia; y hazme digno, sin condenación, de participar de tus inmaculados Misterios para el perdón de mis pecados y para la vida eterna. Oh Hijo de Dios, admíteme hoy como participante de tu Cena mística, pues no diré tu misterio a tus enemigos ni te daré un beso como Judas sino que, como el ladrón, te confieso: -Acuérdate de mí, Señor, en tu Reino”.

En aquel viaje apostólico de hace ya varios años, el papa Benedicto se refirió a las figuras emblemáticas de ambas iglesias, los apóstoles San Pedro y san Andrés cuando dijo que “fueron llamados juntos a ser pescadores de hombres. Pero esa misma misión tomó formas distintas para cada uno de los dos hermanos. Simón, a pesar de su fragilidad personal, fue llamado Pedro, la roca sobre la que la Iglesia se edificaría; a él en particular se le encomendaron las llaves del reino de los cielos (cf. Mt 16,18). Su itinerario lo llevaría de Jerusalén a Antioquía, y de Antioquía a Roma, para que en esa ciudad pudiera ejercer una responsabilidad universal. Por desgracia, la cuestión del servicio universal de Pedro y de sus Sucesores ha dado lugar a nuestras diferencias de opinión, que esperamos superar, también gracias al diálogo teológico recientemente reanudado” y refirió que “el apóstol Andrés representa el encuentro entre la cristiandad primitiva y la cultura griega. Este encuentro fue posible, especialmente en Asia menor, sobre todo gracias a los Padres capadocios, que enriquecieron la liturgia, la teología y la espiritualidad tanto de las Iglesias orientales como de las occidentales”.

Al término de la celebración, el Papa Benedicto indicó: “La Divina Liturgia en la que hemos participado se ha celebrado según el rito de san Juan Crisóstomo. La cruz y la resurrección de Cristo se han hecho místicamente presentes. Para nosotros, los cristianos, esto es fuente y signo de una esperanza constantemente renovada” para concluir con la expresión del gran anhelo conjunto de todo cristiano: “Todos nosotros, ortodoxos y católicos, compartimos esta fe en la muerte redentora de Jesús en la cruz y esta esperanza que el Señor resucitado infunde a toda la familia humana. Que nuestra oración y actividad diarias se inspiren en el deseo ardiente no sólo de asistir a la Divina Liturgia, sino de poder celebrarla juntos, para participar en la única mesa del Señor, compartiendo el mismo pan y el mismo cáliz. Que nuestro encuentro de hoy sirva de estímulo y anticipación gozosa del don de la comunión plena. Y que el Espíritu de Dios nos acompañe en nuestro camino”.