Martes, 30 Abril 2024

Editoriales

A todos lo digo: ¡Velen!

A todos lo digo: ¡Velen!

Luego de anunciar su retorno al mundo, Jesús dio a conocer que la fecha quedaba velada para los hombres: “Yo les aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mc 13,30-32).

La generación a la que se refirió el Señor no es la de los apóstoles, sino la del tiempo de la Iglesia, tiempo ubicado entre su Ascensión y su Retorno. Sus palabras no pasarán porque pasará la figura de este mundo, pero no el mundo mismo, pues en las Escrituras el cambio de figura antecede a otra mejor.

El tiempo y el momento sólo los conoce el Padre porque aquel día y hora es un tiempo retenido en las manos de Dios. Jesús dijo que él no sabía el día ni la hora no porque lo ignorara, sino porque no quiso darlo a conocer, pues el Hijo eterno conoce todo lo que sabe el Padre; aunque sí pidió estar atentos a su retorno glorioso: “Estén atentos y vigilen, porque ignoran cuándo será el momento. Al igual que un hombre que se ausenta: deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele; velen, por tanto, ya que no saben cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos. Lo que a ustedes digo, a todos lo digo: ¡Velen!»” (Mc 13,33-37). La parábola del hombre que se ausenta de su casa es una exhortación que se dirige tanto a los apóstoles como a todos los cristianos.

El contenido del Discurso escatológico encuentra fundamentos en el libro del profeta Daniel: “Yo seguía mirando, y en la visión nocturna vi venir sobre las nubes del cielo alguien parecido a un ser humano, que se dirigió hacia el anciano y fue presentado ante él. Le dieron poder, honor y reino y todos los pueblos, naciones y lenguas lo servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su reino no será destruido” (7,13-14).

Dios le reveló a Daniel por medio del arcángel Gabriel: “Setenta semanas han sido fijadas a tu pueblo y tu ciudad santa para poner fin al delito, sellar los pecados y expiar la culpa; para establecer la justicia eterna, sellar la visión y profecía y consagrar el santo de los santos” (Dn 9,24). En la revelación a Daniel, las semanas se componen de siete años, por lo que indican un periodo de 490 años.

El arcángel también reveló el transcurso de las primeras 69 semanas: “Entérate y comprende: Desde que se dio la orden de reconstruir Jerusalén, hasta la llegada de un príncipe ungido, pasarán siete semanas y sesenta y dos semanas” (Dn 9,25). Estas 69 semanas, que equivalen a 483 años, son el periodo que transcurrió desde al año 457 a. C., cuando Artajerjes I, rey de Persia, ordenó la reconstrucción de Jerusalén y del Templo, hasta que Jesús fue bautizado por Juan.

Además, Gabriel reveló el desenlace de Jesús en su primera venida: “un mesías será suprimido” (Dn 9,26). Sin embargo, tras la Resurrección del Señor, los discípulos no vieron que se cumpliera su retorno, pues todavía falta por transcurrir la semana setenta.

A mitad de la última semana, el Anticristo gobernará sobre varias naciones: “Sellará una firme alianza con muchos durante una semana; y en media semana suprimirá el sacrificio y la ofrenda” (Dn 9, 27).

La manifestación del Anticristo será reconocible cuando logre un acuerdo de paz a una amenaza bélica contra Israel conformada por Rusia y naciones árabes conocida como la guerra contra Gog en Magog, y al verse librado de tal guerra, Israel considerará que es su mesías, cuando en realidad será el Anticristo, por lo que le entregará todo su poder, cumpliéndose así la advertencia de Jesús: “Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me reciben; si otro viene en su propio nombre, a ese sí lo recibirán” (Jn 5,43).

Tras el engaño del Anticristo, el pueblo judío se convertirá, reconocerá a Jesús como el Mesías y clamará a él, quien regresará al mundo al llamado de su pueblo y se concretará el triunfo de Dios sobre la apostasía de Israel: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,20). Este será el triunfo definitivo de Dios sobre la apostasía: “Que la gracia del Señor Jesús sea con todos. ¡Amén!” (Ap 22,21).