Sábado, 20 Abril 2024

Editoriales

Concepción Inmaculada

Concepción Inmaculada

El dogma de la Inmaculada Concepción de María declara que, por una gracia especial de Dios, ella fue preservada de todo pecado desde que fue concebida por sus padres san Joaquín y santa Ana; dogma de fe que fue proclamado por el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854 mediante la bula Ineffabilis Deus.

A principios del siglo XIV, el fraile franciscano, filósofo y teólogo, John Duns Scott, durante el célebre debate sobre la Inmaculada Concepción en la universidad de París, del año 1306, demostró que la Virgen María había sido preservada inmune del pecado original -por Gracia de Dios- en el instante mismo de su concepción, para lo que se fundamentó en la omnipotencia divina para afirmar que Dios, Creador del universo, podía volver a crear una creatura perfecta, tal como había creado a Adán y a Eva antes de la caída, y que ese actuar de Dios es inherente a su misma perfección, ya que Él no hubiese procedido de modo perfecto, si no hubiera creado al menos a una creatura libre de toda culpa.

Con su axioma Potuit, decuit, ergo fecit o podía, convenía, luego lo hizo, explicó, a partir de las Personas de la Trinidad, que “Si quiso y no pudo, no era Dios; si pudo y no quiso, no era Hijo. Pudo y quiso porque era Dios y era Hijo; y, por lo tanto, lo hizo”. Aquel debate en la universidad se resume en tres preguntas, con tres respuestas, que el beato Duns Scott refiere en su legado retórico:

1) ¿Fue la bienaventurada Virgen María concebida sin pecado original?

-Sí, a Dios le convenía que su Madre naciera sin mancha alguna. Es lo más honroso para Él.

2) ¿Dios podía hacer que su Madre naciera sin mancha de pecado original?

-Sí, Dios lo puede todo, y por tanto podía hacer que su Madre naciera sin mancha: Inmaculada.

3) ¿Lo que a Dios le conviene hacer lo hace? ¿o no lo hace?

-Lo que a Dios le conviene hacer, lo que Dios ve que es mejor hace, lo hace.

Con elocuencia poética, el beato Duns Scott concluye: “Si pues con eterno aviso, Dios quiso hacer cuanto pudo y pudo hacer cuanto quiso; luego, que sea es preciso. Esta virgen escogida para madre, preferida en todo, siendo su estado concebida sin pecado y con sangre redimida; esta niña celestial, de los cielos escogida, es la sola concebida sin pecado original”.

La convicción de que María fue preservada de toda mancha de pecado ya desde su concepción, se instaló progresivamente en la liturgia y en la teología hasta provocar un desarrollo que suscitó, al inicio del siglo XIX, un movimiento de peticiones a la Sede Apostólica para que la Inmaculada Concepción de María fuese declarado dogma de fe. Hacia mediados del siglo, el papa Pío IX, con la voluntad de acoger la petición, tras consultar a los teólogos pidió a los obispos su opinión acerca de la posibilidad de esta definición. El resultado fue que la mayoría de los 604 obispos consultados respondió positivamente, y tras las respuestas recibidas se comenzó la redacción del documento para la proclamación solemne del dogma en 1854.

La bula Ineffabilis Deus con la que Pio IX proclamó la Concepción Inmaculada de María, expresa: “Declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano. Por lo cual, si algunos presumieren sentir en su corazón contra lo que Nos hemos definido, que Dios no lo permita, tengan entendido y sepan además que se condenan por su propia sentencia, que han naufragado en la fe, y que se han separado de la unidad de la Iglesia”.

La inmunidad de toda mancha de la culpa original conlleva también la completa inmunidad de todo pecado; de manera que la proclamación de la santidad perfecta de María preservada de toda mancha de pecado, tiene también como consecuencia en ella la inmunidad de la concupiscencia, que es la tendencia desordenada que, como afirma el concilio de Trento, procede del pecado e inclina al pecado.

La preservación del pecado original constituye un privilegio exclusivo de la Virgen María, como lo enuncia la encíclica Fulgens corona, de 1953, en la que el papa Pío XII establece que es un “privilegio muy singular que nunca ha sido concedido a otra persona”.