¿Con qué parábola comparar el reino de Dios, a fin de que fuese fácilmente comprensible por quienes escuchaban predicar a Jesús? Como muchos de ellos eran agricultores, les presentó una imagen tan natural como lo que ocurre en una semilla: “El reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra. Duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega” (Mc 4,26-29).

En el día de las parábolas, luego de explicar el significado de la parábola del sembrador, Jesús continuó develando el misterio del Reino de Dios a sus discípulos y les entregó otra metáfora: “Les decía también: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga»” (Mc 4,21-23).

Los apóstoles y los discípulos quisieron entender mejor la parábola del sembrador y le pidieron a Jesús que les explicara su contenido, pues había despertado en ellos su fascinación por las cosas del Reino, y se sabían cercanos a él. Algunos se retiraron con lo que oyeron, pero otros se quedaron para preguntarle porque deseaban conocer en lo profundo su mensaje. El reino de Dios es un misterio difícil de comprender, que les había sido dado a los Doce y a los discípulos cercanos. El misterio, que en clave del Nuevo Testamento, designa los secretos escondidos en Dios durante siglos, que es su Plan de Salvación.

En el capítulo cuatro, de los dieciséis de su Evangelio, san Marcos agrupa varias parábolas, que no son todas las que pronunció el Señor. A menos de una cuarta parte del relato, Jesús ya había vivido intensos momentos de persecución: fue considerado un impuro por haber tocado al leproso, se confabularon herodianos y fariseos para eliminarlo, lo perseguían enfermos para que los curara, y los escribas lo calumniaron de expulsar demonios en nombre del demonio. Ante tal ambiente persecutorio, él cubrió sus enseñanzas bajo la forma de parábolas, esa manera de expresarse que contiene un significado subyacente.

Los escribas que se habían desplazado desde Jerusalén hasta la pequeña aldea de Nazaret con el objetivo de difamar a Jesús mediante la calumnia de proferir que estaba poseído por el demonio (Cfr Mc 3,22), habían incurrido también en una blasfemia al asegurar que los milagros y curaciones que Jesús obraba no eran fruto del amor de Dios, sino que emanaban de un poder diabólico.

Luego de recorrer varias aldeas de Galilea, el Señor regresó a Nazaret en compañía de los apóstoles. Mientras tanto, los poderosos de Jerusalén, que se habían enterado de sus milagros y del poder que él ejercía para conjurar demonios, echaron mano de unos emisarios: “Los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios»” (Mc 3,22).

Tras haber creado al grupo de los Doce, para que estuviesen con él y para enviarlos a predicar confiriéndoles el poder de expulsar demonios, Jesús regresó a Nazaret: “Vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: «Está fuera de sí»”. (Mc 3,20-21).

El monte es identificado en la Escritura sagrada como el lugar de Dios. Del monte se asoma el sol en las auroras y por entre las montañas se ausenta por las tardes, desde allí ruge el trueno y resplandece el relámpago, ahí se congregan las nubes que bañarán los valles. Dios le habló a Abraham en la montaña y en el monte entregó a Moisés las Tablas de la Ley.

Luego de haber restablecido la mano inservible de un hombre en la sinagoga de Cafarnaúm, en sábado, demostrando así que siempre es lícito hacer el bien en vez del mal, el Evangelio narra que los seguidores de Jesús crecían en número y que ya eran multitudes las que le seguían: “Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y lo siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a él” (Mc 3,7-8). Siete es el número teológico que significa perfección y plenitud, y pues a Jesús lo sigue una muchedumbre proveniente de siete lugares, el número enfatiza que la manera de seguirlo ha de ser perfecta para alcanzar la plenitud.

Las 9:34 horas de la mañana del último día del año 2022 fue el momento que puso fin al prolongado martirio del papa Benedicto XVI, un martirio que se intensificó en los últimos diez años de su vida. Todo mártir deja, con su muerte y tras su sufrimiento, un testimonio de amor a Cristo y de fidelidad a la Iglesia, y esto hizo el Papa, tanto en su pontificado activo, como en su retiro sin pontificar, bajo la inédita figura de Papa Emérito.

Una mañana, como gustaba de hacerlo, Jesús acudió a la sinagoga de Cafarnaúm con el deseo de instruir acerca de la observancia del sábado y enseñar que la obediencia a Dios lleva siempre a buscar el bien de los hombres porque la voluntad de Dios es que el hombre llegue a la plenitud. Pero se encontró con la incomprensión: “Entró de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si lo curaba en sábado para poder acusarlo” (Mc 3,1-2).