Domingo, 13 Octubre 2024

Editoriales

La Ascensión del Señor

La Ascensión del Señor

Tras las diversas apariciones del Señor resucitado a sus apóstoles, “por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes lo habían visto resucitado. Y les dijo: «vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc 16,14-16),

Apariciones de Jesús resucitado

Apariciones de Jesús resucitado

El apéndice del evangelio de Marcos retoma el final del escrito por mano del evangelista afirmando que el Señor resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, el día en el que Cristo dio muerte a la muerte. En efecto, Cristo descendió a la muerte para que nadie permaneciese allí vencido, y para llevar a los hombres al Cielo, donde no existe la muerte: “Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios” (Mc 16,9).

El Señor ha resucitado

El Señor ha resucitado

Tres mujeres que habían visto a Jesús morir en la cruz, luego de haber visto dónde fue sepultado, al domingo siguiente acudieron al sepulcro para lavar y ungir su cuerpo muerto. “Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarlo. Y muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, van al sepulcro. Se decían unas otras: «¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro?». Y levantando los ojos ven que la piedra estaba ya retirada; y eso que era muy grande” (Mc 16,1-4).

Sepultura de Jesús

Sepultura de Jesús

Tras la muerte del Señor en cruz, en el Gólgota sólo quedaron tres mujeres que se mantenían cercanas a la cruz, aunque distantes de los verdugos, por miedo a ellos y al extremismo judaico: “Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé, que lo seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén. Y ya al atardecer, como era la Preparación, es decir, la víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba también el reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús” (Mc 15,40-43).

Lanzando un fuerte grito, expiró

Lanzando un fuerte grito, expiró

Jesús era víctima, desde su cruz, de los oprobios de las autoridades judaicas, y para añadir sufrimiento a tan infames burlas, “uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: «Dejen, vamos a ver si viene Elías a descolgarle»” (Mc 15,36).

¡Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?

¡Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?

No les fue suficiente a las autoridades judaicas arrancarle al pretor Poncio Pilato la condena de crucifixión para Jesús, y una vez que lograron concretar su horrible propósito, lo exhibieron a la muchedumbre burlándose de su condición: “Y los que pasaban por allí lo insultaban, meneando la cabeza y diciendo: «¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días, ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!». Igualmente los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: «A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. ¡El Cristo, el rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos». También lo injuriaban los que con él estaban crucificados” (Mc 15,29-32).

Era la hora tercia cuando lo crucificaron

Era la hora tercia cuando lo crucificaron

Terminada la dolorosa travesía por la vía Crucis, llegó Jesús al valle del Gólgota, dondele daban vino con mirra, pero él no lo tomó. Lo crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se llevaba cada uno. Era la hora tercia cuando lo crucificaron. Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: «El rey de los judíos». Con él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda” (Mc 15,23-27).

El Cireneo

El Cireneo

Después de que los verdugos se ensañaron contra Jesús haciéndolo objeto de su escarnio y gozándose al abofetearlo y al coronarlo con espinas, lo sacaron del pretorio para conducirlo hacia el valle del Gógota, recorriendo pesada y dolorosamente la via Crucis, “y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz. Lo conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario” (Mc 15,21-22).

Coronación de espinas

Coronación de espinas

Terminado el injusto juicio protagonizado por Poncio Pilato, su injusto juez, a Jesús “los soldados lo llevaron dentro del palacio, es decir, al pretorio y llaman a toda la cohorte. Lo visten de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñen. Y se pusieron a saludarlo: «¡Salve, Rey de los judíos!». Y lo golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y lo sacan fuera para crucificarlo” (Mc 15,16-20).

El injusto juicio de Pilato

El injusto juicio de Pilato

Las autoridades judaicas, para librarse de toda responsabilidad, involucraron a Roma para provocar una sentencia con ejecución romana. “Pronto, al amanecer, prepararon una reunión los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín y, después de haber atado a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato” (Mc 15,1)

Las tres negaciones de Pedro

Las tres negaciones de Pedro

Fue durante el injusto juicio del Señor ante el Sanedrín y ante Caifás, sumo sacerdote, cuando Pedro se arredró y negó conocer a Jesús así como formar parte del grupo de sus apóstoles y discípulos: “Estando Pedro abajo en el patio, llega una de las criadas del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo mira atentamente y le dice: «También tú estabas con Jesús de Nazaret». Pero él lo negó: «Ni sé ni entiendo qué dices», y salió afuera, al portal, y cantó un gallo. Lo vio la criada y otra vez se puso a decir a los que estaban allí: «Este es uno de ellos». Pero él lo negaba de nuevo. Poco después, los que estaban allí volvieron a decir a Pedro: «Ciertamente eres de ellos pues además eres galileo». Pero él se puso a echar imprecaciones y a jurar: «¡Yo no conozco a ese hombre de quien hablan!». “Inmediatamente cantó un gallo por segunda vez. Y Pedro recordó lo que le había dicho Jesús: «Antes de que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres». Y rompió a llorar” (Mc 14,66-72).

El juicio en el Sanedrin

El juicio en el Sanedrin

Luego de ser aprehendido en el huerto de los Olivos, “llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y se reúnen todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. También Pedro le siguió de lejos, hasta dentro del palacio del Sumo Sacerdote, y estaba sentado con los criados, calentándose al fuego. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín entero andaban buscando contra Jesús un testimonio para darle muerte; pero no lo encontraban. Pues muchos daban falso testimonio contra él, pero los testimonios no coincidían. Algunos, levantándose, dieron contra él este falso testimonio: «Nosotros lo oímos decir: Yo destruiré este Santuario hecho por hombres y en tres días edificaré otro no hecho por hombres». Y tampoco en este caso coincidía su testimonio” (Mc 14,53-59).

La aprehensión de Jesús

La aprehensión de Jesús

Tras la intensa oración en el huerto de Getsemaní, habiendo aceptado su inmolación para la redención del género humano, Jesús había indicado a sus apóstoles el momento de su entrega, y “todavía estaba hablando, cuando de pronto se presenta Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes, de los escribas y de los ancianos. El que lo iba a entregar les había dado esta contraseña: «Aquel a quien yo dé un beso, ése es, préndanlo y llévenlo con cautela». Nada más llegar, se acerca a él y le dice: «Rabbí», y le dio un beso” (Mc 14,43-45).