Miércoles, 24 Abril 2024

Editoriales

Primero Dios y luego el hombre

Primero Dios y luego el hombre

Hay cosas del judaísmo que Jesús confirmó, hay otras que derogó, como la observancia estricta del sábado; no porque no fuese bueno reservar un día de la semana para el encuentro con Dios, sino porque esa observancia se fundamentalizó y fue llevada al extremo, tal como narra el Evangelio: “Y sucedió que un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Le decían los fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?». (2,23-24)”.

Jesús propuso una vida nueva

Jesús propuso una vida nueva

En una de tantas confrontaciones de los fariseos a Jesús, luego de la comida en casa del publicano Leví, cuando les dijo que había venido a buscar a pecadores, le reclamaron que sus discípulos no estaban guardando el ayuno: “Como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vienen y le dicen: «¿Por qué mientras los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, tus discípulos no ayunan?». Jesús les dijo: «¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar». Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán, en aquel día” (Mc 2,18-20).

Concepción Inmaculada

Concepción Inmaculada

El dogma de la Inmaculada Concepción de María declara que, por una gracia especial de Dios, ella fue preservada de todo pecado desde que fue concebida por sus padres san Joaquín y santa Ana; dogma de fe que fue proclamado por el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854 mediante la bula Ineffabilis Deus.

Vino a llamar a pecadores

Vino a llamar a pecadores

Luego de que el Señor acudió a buscar al publicano Leví para que fuese uno de sus apóstoles, como si la Vida le hablara a la muerte, él quiso invitarlo a su casa con los demás discípulos: “Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que lo seguían. Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?». Al oír esto, Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores»” (Mc 2, 15-17).

Se levantó y lo siguió

Se levantó y lo siguió

Luego de haber llamado a sus cuatro primeros discípulos, Simón, Andrés, Santiago y Juan, el Señor fue a buscar al quinto de ellos: “Salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a él, y él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió” (Mc 2,13-14). Toda la gente acudía a él, excepto Leví, considerado, por ser publicano, como el más grande pecador.

Tus pecados te son perdonados

Tus pecados te son perdonados

En la aldea de Cafarnaúm Jesús había liberado a endemoniados y curado a todos los enfermos, excepto a uno, que estaba impedido de caminar. Sin embargo, este hombre contaba con cuatro muy buenos amigos que, al enterarse de que Jesús había regresado a la aldea, lo llevaron ante él. “Entró de nuevo en Cafarnaúm; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y él les anunciaba la palabra. Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico” (Mc 2,1-4).

Puedes limpiarme

Puedes limpiarme

En tiempos de Jesús, todo leproso era una dolorosa pintura de la existencia humana, era un hombre prohibido, atrapado en sus propias llagas, hijo de la muerte oculta en sus ojos, de risa olvidada, de invisible esperanza, como si fuesen sus pecados lo que laceraba su cuerpo desarmonizado que, descompuesto, despedía por sus llagas una fetidez repulsiva.

Para eso he salido

Para eso he salido

La jornada de la curación de enfermos y liberación de endemoniados, que se habían agolpado a la puerta de la casa de Simón, en Cafarnaúm, fue larga. Fatigado, Jesús se retiró a dormir, pero no logró descansar; estuvo inquieto por tantos pensamientos que se sucedían uno tras otro. Eran muchos enfermos y endemoniados, era grande la necesidad de Dios en el mundo, y su misión no la vio sencilla. Así pasó la noche hasta que se levantó del lecho de sus sueños y se fue a un lugar solitario, al encuentro con Dios para presentarle sus pensamientos e inquietudes con la certeza de que aquello que no se resolvió durante la noche, el Espíritu se lo revelaría en la oración.

El amor por encima de la ley

El amor por encima de la ley

En la aldea de Cafarnaúm, tras haber liberado, en la sinagoga, a un hombre de una posesión satánica, y luego de haberle restituido la salud a la suegra de Simón, en su casa, los habitantes se enteraron de los milagros obrados por Jesús, y las largas horas del descanso sabático fueron favorables para que la noticia se propagara con rapidez. Había mucha necesidad entre aquella gente, y entonces ellos supieron que la esperanza había llegado a visitar su aldea; sin embargo, no podían acudir para encontrar el alivio porque la pesada observancia de la ley del Shabat se los impedía. “Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron a todos los enfermos y endemoniados. La ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues lo conocían” (Mc 1,32-34).

Se puso a servir

Se puso a servir

El tercer encuentro de Jesús con el hombre, al inicio de su predicación, ocurrió en el ámbito familiar, en la casa de Simón-Pedro, como refiere el Evangelio: “Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles” (Mc 1,29-31).

Dios ha impuesto un límite al mal

Dios ha impuesto un límite al mal

El primer lugar de encuentro de Jesús que se dio con los hombres, ya en su predicación, tuvo lugar en lo cotidiano, en el ambiente de trabajo de los pescadores a la orilla del mar de Galilea. Un segundo encuentro ocurrió en el ámbito de la fe, en una sinagoga, en el ambiente religioso. Aquí, Jesús sorprendió a sus oyentes al hablarles de una manera nueva; es la forma en la que él enseña, es una catequesis que provocó eco y asombro porque constataron que les enseñaba con una autoridad que no conocían, una autoridad que es superior a la de los escribas, quienes eran los autorizados para enseñar las escrituras: “Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado, entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mc 1,21-22).

El llamado de Jesús

El llamado de Jesús

Jesús quiso salir al encuentro del hombre en su labor cotidiana, buscó a personas sencillas, a pescadores que estaban arrojando las redes al mar. No fue a buscar dignatarios, gobernadores ni reyes. ¿Dónde encontrar pescadores si no en el mar…? Así también, el Señor busca a los padres de familia en su hogar, al estudiante en su escuela, al obrero en su fábrica, nos busca en nuestros afanes y en nuestros descansos, en las alegrías y en las tristezas de cada uno de nuestros días, allí donde nos volcamos en lo que hacemos.

La predicación de Jesús

La predicación de Jesús

La aprehensión de Juan el Bautista fue un suceso que al parecer provocó que Jesús iniciara su predicación mesiánica, tal como refiere el evangelista san Marcos: “Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en la Buena Nueva” (1,14-15).