¿Con qué parábola comparar el reino de Dios, a fin de que fuese fácilmente comprensible por quienes escuchaban predicar a Jesús? Como muchos de ellos eran agricultores, les presentó una imagen tan natural como lo que ocurre en una semilla: “El reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra. Duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega” (Mc 4,26-29).
En efecto, la Palabra de Dios, que es Cristo, va creciendo en la interioridad de cada persona, sin que tenga que hacerse cargo de ello, de día o de noche y sin que sepa cómo sucede tal proceso. Aunque también de manera gradual, este crecimiento lo va apreciando en su manera de relacionarse con Dios y de conducirse en la vida.
El tiempo de cosechar, que es el momento de recoger los frutos de lo que se sembró, en la parábola equivale al tiempo que llegará para cada persona, al final de su vida, cuando Dios, que es el sembrador, coseche los frutos de la semilla, que es Jesucristo, a quien Él mismo sembró. ¿Encontrará una buena cosecha que recoger? Eso sucederá en el día que solamente Él conoce, cuando al momento de la siega pregunte a cada uno no cuántos pecados cometió, sino cuánto supo amar.
“Decía también: «¿Con qué compararemos el reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra. Pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra»” (Mc 4,30-32).
Todas las semillas, hasta la más pequeña, contienen un propósito que puede llegar a crecer tanto como un árbol que da cobijo a las aves. Este árbol es la Iglesia de Cristo que se ha extendido por todo el mundo, y esta es nuestra fe, es la fe de la Iglesia que profesamos desde el tiempo de Jesús y el tiempo de los discípulos, el tiempo aquel que fue el de la siembra y la semilla.
La semilla de mostaza, tan pequeña que puede pasar inadvertida a la vista, en la parábola es imagen del reino de Dios. Aunque sea la más pequeña de todas las semillas, y aunque no sea visible todavía, contiene en sí misma todo un árbol entero. Así, la semilla es presencia del futuro y en ella está escondido lo que ha de venir. Es una promesa que se manifiesta en el tiempo presente.
“Y les anunciaba la palabra con muchas parábolas como estas, según podían entenderle. No les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos les explicaba todo en privado” (Mc 4,33-34). En efecto, las parábolas fueron un recurso de Jesús para exponer lo complicado de manera sencilla, y a sus discípulos les explicaba con mayores detalles para que ellos comprendieran ampliamente su enseñanza, pues ser amigo de Jesús asegura la comprensión de su doctrina.
Unos días antes de su Muerte, el Señor resumió en una todas sus parábolas sobre las semillas y desveló su pleno significado al decir: “Les aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero, si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24)”.
La Iglesia, en su Magisterio continúa explicando la doctrina de Jesucristo. En la celebración de la santa Misa el sacerdote expone una homilía en la que explica la Palabra de Dios; en las parroquias se ofrecen catequesis, cursos bíblicos y conferencias sobre temas vinculados con la fe; en las universidades católicas se imparten cursos y diplomados en materia teológica; las órdenes y congregaciones ofrecen retiros de espiritualidad y ejercicios cuaresmales; la Sede Apostólica celebra jornadas y encuentros mundiales con la juventud y con las familias; y el Romano Pontífice imparte cada miércoles una catequesis en la Audiencia General.
Además, cuando nos encontramos en oración, en diálogo con el Señor, Él responde y siempre enseña, confiere gracias y dones, se revela y muestra su voluntad a los suyos, como por experiencia lo expresa santa Teresa de Jesús en su Libro de la Vida: “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos nos ama”.