Jueves, 18 Abril 2024

Editoriales

Jesús fue acusado de estar endemoniado

Jesús fue acusado de estar endemoniado

Luego de recorrer varias aldeas de Galilea, el Señor regresó a Nazaret en compañía de los apóstoles. Mientras tanto, los poderosos de Jerusalén, que se habían enterado de sus milagros y del poder que él ejercía para conjurar demonios, echaron mano de unos emisarios: “Los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios»” (Mc 3,22).

¿Qué buscaban en la pequeña aldea de Nazaret aquellas altas autoridades del centro del poder de Jerusalén? Su interés estaba en acechar a Jesús para difamarlo allí entre los suyos a fin de destruir su prestigio. Ellos, que eran reconocidos por conocer la Escritura y enseñar la verdad, se valieron de su autoridad para afirmar que Jesús estaba poseído por el demonio, y que sus milagros y curaciones no eran fruto del amor de Dios, sino que emanaban de un poder diabólico. Dieron un falso testimonio, pero en su calumnia cometieron también una blasfemia, pues mintieron afirmando que, como explica Xabier Picaza en su libro “Vida y pascua de Jesús”, él buscaba “fines radicalmente perversos, queriendo separar al pueblo del espacio santo de la alianza. Eso significa que es poseso. No un poseso normal que simplemente sufre bajo el yugo de una potencia negativa. Es un poseso religiosamente peligroso: está bajo el servicio de Satán o Beelzebul, príncipe de los demonios, por eso puede realizar curaciones; a través de ellas, bajo apariencia de bien, pretende engañar a todo el pueblo, haciendo que abandone la ley santa”.

Estas acusaciones infames, lanzadas como dardos envenenados contra Jesús, le dieron forma a una calumnia bien planeada para provocar que ya nadie creyese en él; pero su argumento era endeble, y Jesús, que no entró en su controversia, les respondió con un razonamiento irrefutable: “Él, llamándolos junto a sí, les decía en parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa” (Mc 3, 23-27).

En efecto, no podría el demonio estar en lucha contra sí mismo pues estaría provocando su propia destrucción. ¿Expulsar al demonio en nombre del demonio? Aunque así fuese, el resultado sería el mismo: el confinamiento de toda acción del mal. Sus argumentos carecían de sustancia para acusarlo de actuar en favor del mal, pues en la acción salvífica de Jesús el resultado es fijar un límite al mal, como explica san Agustín en uno de sus sermones: “al Señor le movió a expresarse de aquella manera el haber él tratado del espíritu inmundo, sobre quien dijo que estaba dividido contra sí mismo, mientras el Espíritu Santo, lejos de estar dividido, unifica entre sí a cuantos trae hacia él mediante la remisión de los pecados e inhabitando en ellos después de haberlos purificado”.

Para saquear la casa de un hombre fuerte primero habrá que someterlo y maniatarlo, explicó Jesús valiéndose de una metáfora. Uno de los apelativos empleado por los antiguos judíos para referirse al demonio era el Fuerte, ya que había logrado someter al género humano mediante el pecado. En la metáfora que Jesús expuso, la casa del fuerte es el mundo al que él ha venido, para subyugar al demonio, y para recuperar a quienes el diablo considera que ha ganado para sí y que le pertenecen, como explica san Ireneo de Lyon en su tratado “Contra las herejías”: “El Verbo le encadenó abiertamente, como a esclavo suyo fugitivo, y le arrebató sus vasos, es decir, los hombres por él detenidos, de quienes abusaba injustamente. Y justamente fue conducido en cautividad quien injustamente había llevado cautivo al hombre. Mientras el hombre, que primero había sido llevado en cautiverio, fue arrancado de manos de quien le poseía, según la misericordia de Dios Padre. El cual tuvo compasión de su criatura y le otorgó la salud, reintegrándole, por medio del Verbo, es decir, de Cristo, a fin de que el hombre aprenda por experiencia que no recibe la incorrupción de sí mismo, sino por regalo de Dios”.

Que nadie piense que adhiriéndose al poder maligno obtiene un bien, pues ya enseñaba el santo cura de Ars, san Juan María Vianney, que “el demonio es un gran perro encadenado, que acosa, pero que solamente muerde a quienes se le acercan demasiado”.