Martes, 23 Abril 2024

Editoriales

El primer mártir

El primer mártir

Al día siguiente de la Navidad se celebra a san Esteban, el primer diácono y primer mártir de la Iglesia que hizo realidad las Palabras del Señor al perdonar a sus verdugos: “Amen a sus enemigos y rueguen por los que los persigan, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5,44-45).

Navidad

Navidad

Tras la caída del hombre ante Dios, por el pecado, Dios presentó una solución estableciendo un límite al reptil que había persuadido a Eva para que tomase del fruto prohibido en una transgresion a la voluntad divina, y le dijo a la serpiente: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza” (Gn 3,15). En espera de esta mujer prometida, que es la Virgen María, y de su descendencia, que es Cristo-Jesús, la humanidad quedó así en espera de ser redimida de su pecado ancestral.

La higuera seca

La higuera seca

Luego de que Jesús entrara a Jerusalén el Domingo de Ramos, aclamado como el Mesías, con sus apóstoles, “al día siguiente, saliendo ellos de Betania, sintió hambre. Y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella; acercándose a ella, no encontró más que hojas; es que no era tiempo de higos. Entonces le dijo: «¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!». Y sus discípulos oían esto” (Mc 11,12-14).

Expulsión de los vendedores del Templo

Expulsión de los vendedores del Templo

Al día siguiente de su entrada mesiánica a Jerusalén, Jesús salió de Betania, donde pasó la noche, para dirigirse nuevamente a la ciudad santa: “Llegan a Jerusalén; y entrando en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y a los que compraban en el templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas y no permitía que nadie transportara cosas por el templo. Y les enseñaba, diciéndoles: «¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las gentes? ¡Pero ustedes la tienen hecha una cueva de bandidos!»” (Mc 11,15-17).

Entrada mesiánica a Jerusalén

Entrada mesiánica a Jerusalén

El hombre de Jericó, el mismo al que Jesús le restauró la visión de los ojos, caminaba entusiasmado llamándole a Jesús Hijo de David, y unido a él hacia la Ciudad Santa: “Cuando se aproximaban a Jerusalén, cerca ya de Betfagé y Betania, al pie del Monte de los Olivos, envía a dos de sus discípulos, diciéndoles: «vayan al pueblo que está enfrente de ustedes, y no bien entren en él, encontrarán un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre. Desátenlo y tráiganlo. Y si alguien les dice: ‘¿Por qué hacen eso?’, digan: ‘El Señor lo necesita, y que lo devolverá en seguida’». Fueron y encontraron el pollino atado junto a una puerta, fuera, en la calle, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les dijeron: «¿Qué hacen desatando el pollino?». Ellos les contestaron según les había dicho Jesús, y los dejaron” (Mc 11,1-6).

El ciego de Jericó

El ciego de Jericó

En Jericó, ciudad habitada por ricos y por sus sirvientes, todo era placentero. Pero en aquel oasis también moraba un hombre pobre llamado Bartimeo. Él, que vivía la desgracia de ser ciego y la desdicha de ser un mendigo relegado por sus vecinos, había educado su oído de tal manera que aunque nada veía, todo lo escuchaba. Uno de sus días, Jesús atravesó su ciudad: “Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!». Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo». Llaman al ciego, diciéndole: «¡Ánimo, levántate! Te llama». Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino ante Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!». Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». Y al instante, recobró la vista y lo seguía por el camino” (Mc 10,46-52).

Tercer anuncio de la Pasión

Tercer anuncio de la Pasión

Los discípulos estaban sobrecogidos porque se dirigían a Jerusalén, el centro del poder judío que repudió la doctrina de Jesús. Él no guardaba timidez, pero en sus discípulos prevalecía el temor al fracaso y el miedo a morir. Era imperativo, pues, que ellos supieran que allí habría de morir el Señor, y que resucitaría de su muerte: “Iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y los que lo seguían tenían miedo. Tomó otra vez a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: «Miren que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles. Y se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, y a los tres días resucitará»” (Mc 10,32-34).

Los últimos serán los primeros

Los últimos serán los primeros

Luego de que el Señor expresara que entrar en el Reino de Dios es imposible para los hombres, aunque no para Dios, porque para Dios todo es posible, “Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «Yo les aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora, al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros.»” (Mc 10,28-31).

Renuncia de las cosas

Renuncia de las cosas

Luego de su encuentro con un hombre rico que se marchó contristado porque no quiso hacer lo que Jesús le indicó al decirle que sus bienes los repartiera entre los pobres, el Señor indicó a los suyos que entrar al reino de los cielos es difícil: “Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el reino de Dios!». Los discípulos quedaron sorprendidos al oírle estas palabras. Mas Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo: «¡Hijos, qué difícil es entrar en el reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios». Pero ellos se asombraban aún más y se decían unos a otros: «Y ¿quién se podrá salvar?». Jesús, mirándolos fijamente, dice: «Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios.»” (Mc 10,23-27).

El hombre rico

El hombre rico

A un hombre rico, de quien el evangelista no menciona su nombre, refiriéndose a él como uno que corrió a su encuentro, le inquietaba saber qué habría de hacer para alcanzar la trascendencia luego de esta vida, así que se acercó al Señor y le preguntó qué le faltaba por hacer para llegar a su propósito: “Se ponía ya en camino cuando uno corrió a su encuentro y, arrodillándose ante él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?».  Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: no mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre». Él, entonces, le dijo: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud»” (Mc 10,17-20).

Jesús y los niños

Jesús y los niños

El evangelista san Marcos quiso colocar, luego de la afirmación del Señor acerca de la indisolubilidad del matrimonio (Cfr 10,1-12), esta perícopa en la que recuerda el coloquio que se suscitó entre Jesús y unos niños que sus padres le presentaron, un encuentro que muestra la infinita ternura del Señor. “Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejen que los niños vengan a mí, no se lo impidan, porque de los que son como éstos es el reino de Dios. Yo les aseguro: el que no reciba el reino de Dios como niño, no entrará en él». Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos” (Mc 10,13-16).

El matrimonio es indisoluble

El matrimonio es indisoluble

En el judaísmo, la mujer había sido objeto de segregación social por motivos culturales y cultuales sólo por su condición femenina, en tanto que el varón gozaba de una supremacía amparada por la tradición que, a partir de interpretaciones de los escribas, tenía a la mujer como causante de la entrada del pecado al mundo.

Allí donde el fuego no se apaga

Allí donde el fuego no se apaga

Luego de que el Señor asegurara que quien recibiese a un pequeño en su nombre lo recibiría a él mismo, advirtió severamente las consecuencias de cualquier abuso hacia los pequeños: “Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que lo echen al mar” (Mc 9,42).