Jueves, 16 Mayo 2024

Editoriales

La traición de Judas

La traición de Judas

Una amable mujer, hermana de Lázaro, había dado a Jesús una muestra de amor al derramar sobre su cabeza un frasco de perfume puro de nardo,  un gesto que para Judas fue una nota discordante en su propia melodía, y él quiso cantar su canción. “Entonces, Judas Iscariote, uno de los Doce, se fue donde los sumos sacerdotes para entregárselo. Al oírlo ellos, se alegraron y prometieron darle dinero. Y él andaba buscando cómo lo entregaría en momento oportuno” (Mc 14,10-11).

Mientras que las amenazas contra Jesús iban creciendo fuera del grupo de los Doce, se había ido gestando un conflicto interno. En efecto, estamos ante el rompimiento formal de Judas con Jesús, ante el momento en el que se convirtió en un disidente.

Pero ¿no le bastaba con disentir y simplemente alejarse de Jesús y del grupo por no estar de acuerdo con ellos? En tal caso de discrepancia, no era necesario concretar una traición tan perversa como convertirse en aliado de los enemigos, convenir con ellos un acuerdo contra Jesús y entregarles un anzuelo para que al fin pudieran apresarlo entre sus garras. Es el misterio de Judas.

¿Cuánto vale la vida de Jesús? Que cada uno de nosotros responda con su propia historia. Iscariote, por su parte, aceptó el precio que la autoridad judaica fijó en treinta monedas de plata (cfr. Mt 26,15) que le parecieron suficientes para prostituir a la amistad. San Gregorio Nacianceno afirmaba que “cuando Jesús fue vendido, la salvación de la humanidad fue comprada”, y explicaba: “Es vendido, pero a muy bajo precio: treinta monedas de plata; pero rescata al mundo, y a gran precio”.

Es posible que Judas hubiese planeado engañar a los sumos sacerdotes y a los escribas en una estrategia que le permitiera llevar a Jesús hacia un callejón sin salida para orillarlo a que iniciara el levantamiento zelota tan deseado, tan planeado, tan anhelado por Judas, aunque evitado por Jesús, a quien en tantas ocasiones le había expresado su ideal de lo que debía hacerse para que ese reino, del que tanto hablaba, pudiera concretarse en llevar a Jesús a ser rey, pues Iscariote, como todo zelota, estaba dispuesto a ser fiel en tanto que las cosas se dieran como él esperaba y no como el Señor las presentaba.

Otra posibilidad es que Judas simplemente fuese un hipócrita, un falsario revestido de discípulo, un traidor. Pero Judas no era un hombre perverso y su pecado no fue el de la maldad. Sus acciones se derivaron en una traición en el último acto del drama de su vida, drama del que él mismo fue su propio director. Así como nadie tiene escrito su destino porque nadie es una marioneta de Dios, Judas tampoco lo fue; él eligió, por voluntad propia, sus acciones y con ellas selló su destino.

Lo cierto es que la vida de Jesús y la vida de Judas quedaron unidas en nuestro mundo, y el desenlace de su existencia fue la consecuencia de su renuencia a aceptar la voluntad del Señor. Jesús concretó el plan salvífico de Dios; Judas tomó su propio camino alejándose del sendero que lleva a Dios.

Judas no guardaba dudas del mesianismo de Jesús; fue por esa certeza que le confió tanto su vida misma como la liberación de Israel. Jesús solía hablar de un reino de justicia y del tiempo de la redención, que se estaba cumpliendo; esas palabras, que rasgaban el aire blandiendo ese tiempo prometido, en los oídos de Iscariote resonaban como tambores de guerra.

A Jesús no lo detuvo ningún temor, sino algo que los suyos notaron de manera muy cercana: que, aunque Jesús estuvo entre nosotros, no era uno de nosotros, y que, aunque estuvo en la tierra, él era del cielo.

El hijo de María y José se condujo en nuestro mundo con tal nobleza que Iscariote llegó a pensar que no le vendría mal el empujón de un amigo para provocar en su interior un salto del resorte que él mismo no podía ya contener, así que puso en curso su plan y acudió al palacio del sumo sacerdote, habló con Anás y con Caifás, y ambos se tragaron su engaño hasta recompensarlo con treinta indignas monedas de plata.

Jesús no fue comprendido ni en aquel tiempo ni lo ha sido dos mil años después. Triste realidad la de aquellos que lo conocieron y triste la nuestra. Así que Judas no estaba solo, ni dos mil años atrás ni ahora. Él fue el primero y le han seguido otros que suelen pensar que sus ideas y propuestas son mejores que las de Cristo.