Jueves, 25 Abril 2024

Editoriales

Allí donde el fuego no se apaga

Allí donde el fuego no se apaga

Luego de que el Señor asegurara que quien recibiese a un pequeño en su nombre lo recibiría a él mismo, advirtió severamente las consecuencias de cualquier abuso hacia los pequeños: “Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que lo echen al mar” (Mc 9,42).

El que no está contra nosotros, está por nosotros

El que no está contra nosotros, está por nosotros

Luego de que Jesús les dijera a sus discípulos, por segunda ocasión, lo que habría de sucederle, queriendo cambiarle el tema Juan le habló de otro asunto: “Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros.» Pero Jesús dijo: «No se lo impidan, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros.»” (Mc 9,38-40).

El segundo anuncio de la Pasión

El segundo anuncio de la Pasión

Tras su transfiguración en el monte ante Pedro, Santiago y Juan, y después de haber exorcizado al hijo endemoniado de un padre al que le aumentó la fe, el Señor reveló a sus discípulos, por segunda ocasión, lo que habría de sucederle: “Y saliendo de allí, iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; lo matarán y a los tres días de haber muerto resucitará.» Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle” (Mc 9,30-32).

El hijo endemoniado

El hijo endemoniado

Un apesadumbrado hombre buscó a Jesús en compañía de su hijo, pero no lo encontró, porque había subido al monte. Era uno de tantos padres infelices porque su hijo padece una discapacidad que provoca una infancia confinada en un niño que no sonríe como los otros y que se pregunta por qué él no es como los demás.

Dios presenta a su Hijo

Dios presenta a su Hijo

Los apóstoles Pedro, Santiago y Juan fueron privilegiados por el Señor al transfigurarse ante ellos y al hacerlos testigos de una singular teofanía: “Entonces se formó una nube que los cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escúchenlo». Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús sólo con ellos” (Mc 9,7-8).

La Transfiguración

El Señor concedió a tres de sus apóstoles la experiencia de ver venir con poder el reino de Dios transfigurándose ante ellos: “Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos. Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús” (Mc 9,2-4).

Condiciones para seguir a Jesús

Condiciones para seguir a Jesús

Luego de presentarles a sus discípulos el primer anuncio de su Pasión, el Señor les dio a conocer dos actitudes que habría de tener todo seguidor suyo: “Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?” (Mc 8,34-37).

El primer anuncio de la Pasión

El primer anuncio de la Pasión

Luego de la profesion de fe de Pedro y de los apóstoles, Jesús les presentó la primera de tres advertencias acerca de lo que habría de sobrevenirle en su Pasión, Muerte y Resurrección a fin de que pudiesen hacerle frente al acontecimiento de lo que ellos podrían interpretar como un fracaso. Quiso prevenirlos para mitigarles el impacto de los acontecimientos en los que se verían envueltos ellos mismos, y en los que lo verían ser juzgado y sentenciado a muerte como un blasfemo y como delincuente.

¿Quién dicen los hombres que soy yo?

¿Quién dicen los hombres que soy yo?

El milagro de la curación del ciego de Betsaida es una bisagra que en el relato del evangelio de san Marcos sirve como apertura para la profesión de fe en Pedro, pues así como el ciego comenzó a ver claramente todas las cosas desde lejos, así Pedro pudo ver que Jesús es el Mesías: “Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?» Ellos le dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas.» Y él les preguntaba: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo.» Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él” (Mc 8, 27-30).

Ver claramente desde lejos

Ver claramente desde lejos

La incomprensión hacia Jesús, tanto de los fariseos como de los apóstoles, encontró su razón de ser en un hombre ciego a quien el Señor le devolvió la vista: “Llegan a Betsaida. Le presentan un ciego y le suplican que lo toque. Tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntaba: «¿Ves algo?» Él, alzando la vista, dijo: «Veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero que andan.»” (Mc 8,22-24).

¿Aún no entienden?

¿Aún no entienden?

Luego del milagro de la segunda multiplicación de panes y peces, el Señor se encontró con la incomprensión, tanto de los fariseos, como de sus propios discípulos.

Segunda multiplicación de panes

Segunda multiplicación de panes

El Evangelio de san Marcos refiere en dos ocasiones el milagro de la multiplicación de panes y peces, aunque es posible que el segundo relato sea un duplicado de la primera multiplicación. Ambos guardan similitudes y diferencias, y quizás se trate de una doble interpretación teológica del mismo milagro, la primera, para comunidades judías, la segunda para comunidades griegas y paganas, que puede obedecer a una intención de catequesis, dirigida específicamente al lector, para provocar una resonancia necesaria en la celebración de la santa Misa.

¡Ábrete!

¡Ábrete!

Luego de su encuentro con la mujer sirofenicia, el Señor emprendió un recorrido extenso hacia el oriente por la Decápolis, las diez ciudades griegas, para regresar finalmente, por el sur, a territorio judío: “Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: «¡Ábrete!» Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»” (Mc 7,31-37).