Jesús les había respondido a las autoridades judaicas que él no les diría con qué autoridad había detenido la actividad comercial en el Templo. Sin embargo, les narró una alegoría que contenía tanto la descripción estricta del origen de su autoridad como la causa de su inminente muerte: “Y se puso a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores, y se ausentó. Envió un siervo a los labradores a su debido tiempo para recibir de ellos una parte de los frutos de la viña. Ellos lo agarraron, lo golpearon y lo despacharon con las manos vacías. De nuevo les envió a otro siervo; también a este lo descalabraron y lo insultaron. Y envió a otro y a éste lo mataron; y también a otros muchos, hiriendo a unos, matando a otros. Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a éste, el último, diciendo: ‘A mi hijo lo respetarán’. Pero aquellos labradores dijeron entre sí: ‘Éste es el heredero. Vamos, matémoslo, y será nuestra la herencia’. Lo agarraron, lo mataron y lo echaron fuera de la viña” (Mc 12,1-8).
En la parábola, Jesús habló de Dios y de su revelación a través de los profetas, también habló de sí mismo y de Israel. Dios Padre es el dueño de la viña; los viñadores son el pueblo de Israel; los siervos que envió son los diversos profetas de la historia, entre los que Jesús contempló a Juan el Bautista; y el hijo querido es el Mesías.
Sabiendo Jesús que las autoridades judaicas lo llevarían a la muerte, en la parábola reveló que los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos no ignoraban que Él era en verdad el Mesías. En efecto, ellos no estaban confundidos y no crucificaron a un carpintero disidente con aspiraciones mesiánicas, sino que planearon y ejecutaron el asesinato de Dios encarnado, pues si bien Dios es inmortal, Dios hecho hombre podría morir. Calcularon la oportunidad y planearon matar al Creador del mundo para hacerse dueños del mundo.
Para rescatar al hombre del pecado y de la muerte eterna, Dios se hizo hombre. ¡Cuánto amor por nosotros, y con cuánta mezquindad le hemos respondido! El amor de Dios llegó al extremo de enviar al mundo a su divino Hijo, y el pecado de Israel llegó hasta el punto de matarlo. La paciencia de Dios tiene un límite y tuvo que haber, en consecuencia, un juicio para que el Reino pasara a otras manos: “¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá y dará muerte a los labradores y entregará la viña a otros. ¿No han leído esta escritura: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos?» Trataban de detenerlo –pero tuvieron miedo a la gente– porque habían comprendido que la parábola la había dicho por ellos. Y dejándolo, se fueron” (Mc 12,9-12).
Jesús cerró la parábola con la pregunta: ¿Qué hará el dueño de la viña?, y luego él mismo dio la respuesta: Vendrá y dará muerte a los labradores y entregará la viña a otros. Este es el juicio de Dios tras el que la Antigua Alianza quedó atrás e inició la Nueva Alianza porque Dios sigue amando a su viña, y al referirse a la piedra que los constructores desecharon, citó las Sagradas Escrituras, primero: “He aquí que yo pongo por fundamento en Sión una piedra elegida, angular, preciosa y fundamental: quien tuviere fe en ella no vacilará” (Is 28,16); luego: “La piedra que desecharon los albañiles se ha convertido en la piedra angular; esto ha sido obra de Yahvé, nos ha parecido un milagro” (Sal 118,22-23); y después los miró inconmovible para desarmarlos con su mirada, pues les estaba diciendo que Él es la piedra angular que ellos mismos rechazaron. “Para ustedes, pues, creyentes, el honor; pero para los incrédulos, la piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido, en piedra de tropiezo y roca de escándalo. Tropiezan en ella porque no creen en la palabra; para esto han sido destinados” (1 P 2,7-8). Se supieron descubiertos por él, entendieron que los labradores homicidas eran ellos mismos, y trataron de aprehenderlo para darle muerte en ese momento.
Esta parábola ha sido descriptiva de toda la historia de la salvación y de toda la vida de Cristo: el amor de Dios ante la negativa de los hombres, negativa de la que ha de sobrevenir el juicio de Dios, juicio del que han de triunfar los designios divinos.