Martes, 23 Abril 2024

Editoriales

Los que están fuera

Los que están fuera

Los apóstoles y los discípulos quisieron entender mejor la parábola del sembrador y le pidieron a Jesús que les explicara su contenido, pues había despertado en ellos su fascinación por las cosas del Reino, y se sabían cercanos a él. Algunos se retiraron con lo que oyeron, pero otros se quedaron para preguntarle porque deseaban conocer en lo profundo su mensaje. El reino de Dios es un misterio difícil de comprender, que les había sido dado a los Doce y a los discípulos cercanos. El misterio, que en clave del Nuevo Testamento, designa los secretos escondidos en Dios durante siglos, que es su Plan de Salvación.

“Cuando quedó a solas, los que lo seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las parábolas. Él les dijo: «A ustedes se les ha dado el misterio del reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas. Para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone»” (Mc 4,10-12).

Jesús, que había enseñado que su madre y sus hermanos son quienes hacen la voluntad de su Padre (Cfr Mc 3,35), quiso confirmar su dicho haciendo notar que en torno a él se movían dos grupos: los que le siguen, que tienen la capacidad de recibir el misterio del reino de Dios, y los que están fuera, que no lo reciben porque no lo escuchan ni desean conocerlo. Estos no supieron más que de un sembrador que avienta las semillas a cualquier terreno; sin embargo, la Palabra es también para ellos, para todo tipo de terreno, es decir, para todas las gentes.

Jesús vio en aquellos el cumplimiento de la profecía de Isaías: “Dijo: «Ve y di a ese pueblo: ‘Escuchen bien, pero no entiendan, vean bien, pero no comprendan.’ Engorda el corazón de ese pueblo, hazle duro de oídos, y pégale los ojos, no sea que vea con sus ojos y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y se le cure.»” (6,9-10). La cita del profeta, en boca de Jesús sonó fuerte porque parecía excluyente de algunos, aunque él vio que el corazón de ellos se encontraba endurecido, y que eso les impedía la visión de los nuevos tiempos. Conocedor de la Escritura, Jesús supo que aquella profecía se estaba cumpliendo, y la mencionó recordando que también los que están fuera, si se convierten, alcanzan el perdón; y entonces los incluyó, pues por la misericordia divina se abre la salvación a todos. No sea que se conviertan y se les perdone, dijo Isaías. Para que se conviertan y se les perdone, dice el Dios de Jesucristo, que hace nuevas todas las cosas, que ha venido a llamar a injustos y pecadores, el mismo que dijo: “habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15, 7).

La historia de la Salvación es abundante en historias de aquellos que estaban fuera y que luego, por su conversión, han sido incluidos en el grupo de los amigos del Señor. Y aquí nos encontramos nosotros mismos, que sabiendo quién es Jesús, tratamos de seguirlo. Todos somos sujetos de salvación, y por ello hemos de establecer un compromiso formal con Dios, pues su deseo es que todos los hombres se salven, que es capaz de abrirles el Cielo también a los que le persiguen y que buscan cómo eliminarlo. Y si ellos podrán salvarse, con mayor razón los que le seguimos desde dentro de su Iglesia. Lo hace porque, más que venir a redimir del pecado y de la muerte a toda la humanidad, en realidad vino a redimir a cada uno en particular, a cada persona.

Cuando vemos que cada uno de nosotros somos objeto de esta misericordia de Dios, nos descubrimos como el protagonista de cada día, en el que amanecemos con renovadas posibilidades de ingresar al grupo de los amigos de Dios, y entonces descubrimos que nunca es tarde para empezar a gozar de la gracia divina. En efecto, la esperanza, esa virtud teologal puesta por Dios en cada uno de nosotros desde el día en que nos creó, nos entrega la posibilidad, siempre nueva, de volver a empezar. Se podría perder la fe en Dios, pero él nunca la perderá en nosotros, y es por esta razón, porque él cree en los suyos, que siempre nos estará concediendo una esperanza renovada, pues ninguno se le podría perder a quien dio su vida para que volvamos a él.