Lunes, 16 Septiembre 2024

Editoriales

El Señor ha resucitado

El Señor ha resucitado

Tres mujeres que habían visto a Jesús morir en la cruz, luego de haber visto dónde fue sepultado, al domingo siguiente acudieron al sepulcro para lavar y ungir su cuerpo muerto. “Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarlo. Y muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, van al sepulcro. Se decían unas otras: «¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro?». Y levantando los ojos ven que la piedra estaba ya retirada; y eso que era muy grande” (Mc 16,1-4).

La ilusión de hacer una veneración póstuma al Señor superó el quebranto de aquellas tres mujeres que, logrando hacerse de aceites aromatizados por finas hierbas y resinas, esperaron a que pasara el sábado para acudir al sepulcro y practicar debidamente los rituales funerarios propios de su religiosidad, pero en el camino se percataron de un impedimento que las superaba; la piedra que lo sellaba era pesada, imposible de ser removida por ellas, pero continuaron en su empeño y descubrieron que el Cielo les había retirado la piedra, sobre la que todavía brillaba un polvo de estrellas desprendido de unas alas angelicales. “Y entrando en el sepulcro vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les dice: «No se asusten. Buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí. Vean el lugar donde lo pusieron. Pero vayan a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ustedes a Galilea; allí lo verán, como les dijo». Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo...” (Mc 16,5-8).

¿Quién es este joven? Se trata del evangelista Marcos, quien se colocó, en su relato, en el sepulcro, sabedor de que en su vaciedad el sepulcro contiene en sí mismo el poderoso mensaje de la ausencia de la muerte. En efecto, el sepulcro vacío constituye en sí mismo un mensaje divino, y esto lo hace ser figura de un ángel en tanto que es mensaje de Dios. así como Marcos creyó, por medio de la fe, en esa vaciedad sepulcral, así también supo que Dios haría que nosotros –sus lectores– también pudiéramos conocer esta noticia y creer en la resurrección sin haber estado presentes allí.

Aquellas tres mujeres recordaron que Jesús le había dicho a un discípulo “sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mt 8,22), y comprendieron que el Señor, que siempre fue un despertar, despertaba de un sueño del que antes nadie había despertado, y supieron que Jesús resucitó para que todos pudiésemos ver las cosas tal como él las ve, con su misma manera de mirarnos.

Ya no fue necesario que ungieran el cuerpo del Señor porque ellas, que fueron a buscar un cadáver, se encontraron con la vida que puso fin a la muerte, un sorpresivo encuentro que les provocó no decir nada a nadie en aquel momento, cuando salieron del sepulcro, pero luego apresuraron el paso sabiéndose que, poseedoras de tan gran noticia, tenían que comunicarla a sus discípulos y a Pedro.

Estas mujeres, las primeras en saber que Jesús había resucitado, comenzaron a ver con claridad que Jesús fue el principio de un nuevo reino en la tierra.

Con las palabras «no dijeron nada a nadie porque tenían miedo» termina el texto escrito por la mano de Marcos en un final repentino que parece inconcluso, aunque el evangelista quiso terminarlo así para que fuésemos nosotros quienes le demos un final escrito por la historia de la vida de cada uno de sus lectores, los que a partir de ahora no podremos callar esta noticia para comunicarla a los demás. Es lo que quiere el Señor.

El Evangelio, que en su estructura tiene un principio, un desarrollo y un clímax, no tiene un final porque en su desenlace vuelve al principio, pues cuando parece llegar a su fin se remonta al inicio. En efecto, el Evangelio de Marcos comenzó en Galilea (cfr. 1,9), y al término del relato se les pide a los apóstoles ir de nuevo a Galilea (cfr. 16,7) a encontrarse con Jesús.

Así como los apóstoles fueron enviados a Galilea, así también a los lectores del Evangelio se nos envía al inicio de este relato, para vivir el Evangelio en nuestras vidas con Jesús caminando con nosotros, pues el Evangelio, que no conoce final, tiene siempre un principio renovado en Jesucristo, de quien es el tiempo y la eternidad.