Sábado, 12 Octubre 2024

Editoriales

El injusto juicio de Pilato

El injusto juicio de Pilato

Las autoridades judaicas, para librarse de toda responsabilidad, involucraron a Roma para provocar una sentencia con ejecución romana. “Pronto, al amanecer, prepararon una reunión los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín y, después de haber atado a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato” (Mc 15,1)

Los acusadores, que la noche anterior inculparon de blasfemo a Jesús, ante a Pilato lo presentaron como su rey con tal de conservar su hegemonía religiosa sobre el pueblo; él se vio acosado por aquel judaísmo que resistía la ocupación romana y no pudo creer que le estuvieran entregando a su rey en una inesperada fidelidad a Roma. Así que dio inicio al interrogatorio para descubrir quién era en realidad el carpintero que le habían llevado, asegurándole que era el rey de Israel. “Pilato le preguntaba: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Él le respondió: «Sí, tú lo dices». Los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas” (Mc 15,2-3).

Pilato sabía que tal acusación debía respaldarse con pruebas, y que al aceptar la inculpación tendría que verificar las evidencias, pero como ni él ni los acusadores contaban con testimonios, cayeron sobre Jesús muchas acusaciones más, una tras otra, porque a Pilato le era evidente la inocencia de Jesús. Pilato volvió a preguntarle: «¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan». Pero Jesús no respondió ya nada, de suerte que Pilato estaba sorprendido” (Mc 15,4-5). Entonces echó mano del recurso legal de la indulgencia romana que concedía a los culpables el perdón del castigo merecido, no como una declaratoria de inocencia, sino como un obsequio emanado de la generosidad del César. Cada fiesta les concedía la libertad de un preso, el que pidieran. Había uno, llamado Barrabás, que estaba encarcelado con aquellos sediciosos que en el motín habían cometido un asesinato. Subió la gente y se puso a pedir lo que les solía conceder” (Mc 15, 6-8).

En cuanto Pilato escuchó del pueblo el grito que reclamaba la indulgencia, sintió un respiro, pero no supo disimular su inclinación en favor de Jesús, e indujo la pregunta: Pilato les contestó: «¿Quieren que les suelte al Rey de los Judíos?». Pues se daba cuenta de que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente a que dijeran que les soltara más bien a Barrabás. Pero Pilato les decía otra vez: «Y ¿qué voy a hacer con el que llaman el rey de los judíos?»” (Mc 15, 9-12).

Pilato no debió preguntar qué habría de hacer con Jesús. Cometió esa imprudencia al ver que la veracidad y el engaño se enfrentaban, y se vio a sí mismo como el actor de una tragedia en la que la verdad padece siendo amenazada por la mentira. No queriendo vivir con una duda perpetua, dirigió a Jesús una pregunta: ¿Qué es la verdad? Con serenidad, respondió con el canto de la vida: –La verdad soy yo–. Y al decir esas palabras parecía advertirle a Pilato que todo aquel que mate a la verdad vivirá por siempre en la mentira.

Pilato, derrotado, tomó los hombros de Jesús con sus manos, luego lo estrechó entre sus brazos, y mientras acercaba su mejilla a la de Jesús, lo sobresaltó el bramido disonante de los inculpadores que lo habían llevado ante él. “La gente volvió a gritar: «¡Crucifícalo!». Pilato les decía: «Pero ¿qué mal ha hecho?». Pero ellos gritaron con más fuerza: «Crucifícalo!»” (Mc 15,13-14),

En aquel bramido, Jesús escuchó los gritos de todos los hombres que lo negaban, los de antes, los de ahora y los de mañana; era el aullido del mal. El grito judaico se impuso sobre el Derecho romano, pues no fue el praetor quien dictó la sentencia, sino ellos, en una orden dirigida sobre la autoridad de Roma atada con hilos invisibles en los pies y en las manos de la marioneta en que fue convertida Pilato.

El injusto juez miró a Jesús, y en él sólo encontró compasión, como si él fuese su juez, y recordó a los filósofos griegos, a los que había leído, y se dijo a sí mismo: –Es cierto, el hombre solitario es el hombre más fuerte–. Pero el anhelo de poder, que se convierte en banalidad ante la verdad, se apoderaró de él. Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera crucificado” (Mc 15,15).

¿Por qué soltó a Barrabas y no a Jesús? Porque, aun en nuestros días, muchas veces se elige lo peor en lugar de lo mejor.