Viernes, 03 Mayo 2024

Editoriales

Jesús propuso una vida nueva

Jesús propuso una vida nueva

En una de tantas confrontaciones de los fariseos a Jesús, luego de la comida en casa del publicano Leví, cuando les dijo que había venido a buscar a pecadores, le reclamaron que sus discípulos no estaban guardando el ayuno: “Como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vienen y le dicen: «¿Por qué mientras los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, tus discípulos no ayunan?». Jesús les dijo: «¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar». Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán, en aquel día” (Mc 2,18-20).

De entre nuestras celebraciones sociales, las más protocolarias son las bodas y los funerales. Las exequias están rodeadas de luto, tristeza y actitudes penitenciales; las bodas, al contrario, se desarrollan en un ambiente de desbordante alegría. Si en los funerales se presentan condolencias para adherirse a la tristeza, en las bodas se manifiesta la dicha solidaria con los nuevos esposos. Así pues, dado el carácter eminentemente penitencial del ayuno, no puede ayunarse al estar invitado a una boda.

Un noviazgo bien vivido ha de llevar al matrimonio, de tal suerte que, quien ahora es el novio, más tarde será el esposo. Jesús asumió esa figura, como enseña san Beda en una de sus homilías: “Cristo es el esposo, la Iglesia la esposa, e hijos del esposo o del matrimonio son uno a uno todos sus fieles. El tiempo de las bodas es el tiempo en el que, en virtud del misterio de la encarnación, Él ha unido a sí mismo a la Iglesia. No ciertamente por casualidad sino por la gracia de un precioso misterio, fue a las bodas celebradas en la tierra según la carne quien vino desde el cielo a la tierra para unirse a la Iglesia con amor espiritual, cuyo tálamo fue el seno de la Virgen inmaculada, en la que Dios se unió a la naturaleza humana, y de la que salió como esposo para unirse a la Iglesia”.

Jesús dijo en su alegoría que si aquellos fariseos ayunaban es porque aún no participaban del gozo del Reino de Dios en la tierra; mantenían una actitud penitencial, en tanto que Jesús y sus discípulos vivían una festiva alegría, tanto más porque el esposo ya se encontraba entre ellos.

Este fue, también, el primer anuncio que presentó Jesús de su destino, pues en su Pasión y Muerte serían los días en que les fue arrebatado, como explica san Agustín en uno de sus sermones: “Así, pues, habiéndosenos quitado el esposo, nosotros, hijos suyos, hemos de llorar. El más hermoso, por su aspecto, de los hijos de los hombres, cuya gracia se manifiesta en sus labios, cuando cayó en las garras de sus perseguidores, careció de hermosura y decoro, y su vida fue cortada de la tierra. Justo es nuestro llanto si ardemos en deseos de verle”.

En nuestro tiempo contamos con la presencia viva de Jesús con nosotros, pero las obras del mal y las tribulaciones nos lo pueden arrebatar. Buena ayuda para conservarnos en gracia son los actos penitenciales incluyendo el ayuno, pero también es necesaria esa actitud de alegría para vivir el Reino de Dios en nosotros.

Para que se comprendiese mejor su enseñanza, el Señor les expuso dos parábolas: “Nadie cose un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues de otro modo, lo añadido tira de él, el paño nuevo del viejo, y se produce un desgarrón peor. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino reventaría los pellejos y se echaría a perder tanto el vino como los pellejos: sino que el vino nuevo, en pellejos nuevos” (Mc 2,21-22). En estas dos alegorías, Jesús explicó que así como un parche de tela nueva en un vestido viejo provoca un desgarrón que viene a ser peor que el anterior, así tampoco las virtudes del Evangelio, que proponen una vida nueva, se han de vivir como si sólo fuesen parches en una vida vieja suponiendo que eso la hará nueva en verdad. El ayuno y otros actos penitenciales deben repercutir en el modo de conducirse en la relación con los demás. Las palabras de Jesús han de revestirnos con un vestido nuevo que se convierta en una actitud renovada. La alegoría del vino es similar; un envase nuevo, que es la persona, para una vida nueva, que es la del cristiano.

Ambas alegorías son símbolos de la gran novedad que Jesús le trajo al mundo: la propuesta de una vida nueva.