Viernes, 19 Abril 2024

Editoriales

Primero Dios y luego el hombre

Primero Dios y luego el hombre

Hay cosas del judaísmo que Jesús confirmó, hay otras que derogó, como la observancia estricta del sábado; no porque no fuese bueno reservar un día de la semana para el encuentro con Dios, sino porque esa observancia se fundamentalizó y fue llevada al extremo, tal como narra el Evangelio: “Y sucedió que un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Le decían los fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?». (2,23-24)”.

El Decálogo, revelado por Dios, establece: “El día séptimo es día de descanso para Yahveh tu Dios. No harás ningún trabajo ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ninguna de tus bestias, ni el forastero que vive en tus ciudades; de modo que puedan descansar, como tú, tu siervo, y tu sierva” (Dt 5, 14). El código determina: “Si pasas por las mieses de tu prójimo, podrás arrancar espigas con tu mano, pero no meterás la hoz en la mies de tu prójimo” (Dt 23,26).

Con la intención de ensuciar la fama de Jesús, pretendiendo sustentarse en la ley, los fariseos le reclamaron que sus discípulos hayan transgredido la ley divina. Estos fariseos formaban parte de una secta del judaísmo que, según el historiador Flavio Josefo, “se distinguían de los demás judíos por su piedad y por su interpretación más rígida de la Ley”, además de su observancia extremista de todos y de cada uno de los rituales judaicos.

El cristianismo propone como el principal acto de amor a Dios, el amar a los demás, que puede demostrarse mediante actos de servicio. Por lo tanto en el sábado, que es el día de Dios, que el hombre sirva y ame a su prójimo, y Jesús puso ante los fariseos la libertad con la que tuvo que proceder el rey David en un momento de gran necesidad: “Él les dice: «¿Nunca han leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que lo acompañaban sintieron hambre? ¿Cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?»” (Mc 2,25-26).

El Señor les respondió con las Escrituras, y fue demasiado lejos en su enseñanza al recordarles aquel relato en el que se subordina la observancia del sábado a las necesidades humanas (Cfr 1 S 21,1-7). Son necesarios el culto y la ofrenda a Dios, aunque también lo es el amor al prójimo. ¿De qué sirve amar a Dios, si ese amor no trasciende a los demás? “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn 4,20-21). “Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado». De suerte que el Hijo del hombre también es Señor del sábado” (Mc 2,27-28).

Jesús, el Hijo de Dios, es el Señor de la historia, suyo es el tiempo y la eternidad, y suyo es el sábado, sobre el que ha hecho una nueva prescripción que es la Ley del Amor, y enseña a evitar absolutizar una observancia, como si, en otras palabras, les dijera: El sábado ha sido entregado a ustedes, pero ustedes no han sido entregados al sábado. Él tiene potestad para interpretar la Ley de Moisés, incluyendo la ley sabática, y así afirma la esencia de su obra, que es servir a los hombres por Dios y en nombre de Dios.

Para la cristiandad, como establece el Catecismo de la Iglesia, el día dedicado al Señor es el domingo porque “el sábado, que representa la coronación de la primera creación, es sustituido por el domingo que recuerda la nueva creación, inaugurada por la resurrección de Cristo” (numeral 2190), y determina que se incurre en pecado por no acudir a Misa en domingo, pues “la Eucaristía del domingo fundamente y confirma toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la Eucaristía los días de precepto, a no ser que estén excusados por una razón seria (por ejemplo, enfermedad, el cuidado de los niños pequeños) o dispensados por su pastor propio. Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave” (2181).

En efecto, Jesús derogó la observancia del sábado para confirmar que amar a Dios no excluye el amor al prójimo.