La Solemnidad de Pentecostés conmemora la llegada del Espíritu Santo sobre los apóstoles que, reunidos en compañía de la Virgen María en el cenáculo, se encontraban ocultos por temor a las autoridades judías que habían crucificado a Jesús (Cfr Hch 2,1-41). En Pentecostés tiene cumplimiento la promesa del Señor antes de su Ascensión a los cielos cuando se dirigió a sus apóstoles mientras estaba comiendo con ellos y “les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la promesa del Padre, que oyeron de mí: Que Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días” (Hch 1,4-5).
Aquel día de Pentecostés se concretó la unidad espiritual de toda la Iglesia y el inicio de una comunidad, abierta a todos los pueblos, que consiste en un envío concreto a anunciar la Palabra de Jesús, a orar como Jesús, a participar del sacerdocio de Jesús a través del Bautismo y a vivir en unidad con todos compartiendo la vida, una misión para la que el Espíritu Santo otorga sus dones a quienes le reciben para poder cumplir con ese envío; son los dones de Sabiduría, Inteligencia, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios.
Estos siete dones, que sostienen la vida moral de los cristianos, son hábitos sobrenaturales infundidos por el Espíritu de Dios en las potencias del espíritu humano que le permiten, le orientan y le inducen a alcanzar estos misterios:
- Sabiduría.- Comprender la maravilla insondable de Dios y buscarle en las actividades cotidianas.
- Inteligencia.- Descubrir con mayor claridad las riquezas de la fe.
- Consejo.- Encontrar los caminos de la santidad, buscar la gloria de Dios y el bien de los demás.
- Fortaleza.- Superar las dificultades en el camino hacia Dios.
- Ciencia.- Juzgar con rectitud las cosas creadas y mantener el corazón en Dios.
- Piedad.- Tratar a Dios con la confianza con la que un hijo trata a su Padre.
- Temor de Dios.- Huir del pecado y evitar todo mal que pueda ofender a Dios.
Los dones del Espíritu Santo son diferentes a las virtudes, pues por las virtudes adquiridas, el hombre se dispone para ser movido por la razón natural, en orden a los actos naturalmente buenos, y por las virtudes infusas, el hombre se dispone para ser movido por la razón iluminada por la fe, en orden a los actos sobrenaturales del modo humano. En cambio, por los dones del Espíritu Santo, el hombre se connaturaliza con los actos a los que es movido por el Espíritu de Dios, en orden a los actos sobrenaturales al modo divino.
El Espíritu Santo actúa los dones directa e inmediatamente como causa motora y principal, a diferencia de las virtudes infusas que son movidas o actuadas por el mismo hombre como causa motora y principal, aunque siempre bajo la previa moción de una gracia actual.
Los dones perfeccionan el acto sobrenatural de las virtudes infusas, pues por la moción divina de los dones, es el Espíritu Santo quien rige y gobierna inmediatamente nuestra vida sobrenatural. Ya no es la razón humana la que manda y gobierna; es el Espíritu de Dios, que actúa como regla, motor y causa principal única de nuestros actos virtuosos, poniendo en movimiento todo el organismo de nuestra vida sobrenatural hasta llevarlo a su pleno desarrollo.
Los dones, porque son infundidos por el Espíritu de Dios, no es posible adquirirlos por las propias fuerzas de la voluntad, pues transcienden el orden natural, y los poseen en algún grado todas las almas en gracia, pues estos dones son incompatibles con el pecado mortal.
A diferencia de los dones y de las virtudes, los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en la creatura humana el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. Los frutos son doce: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad.
Cuando el Espíritu Santo da sus frutos en el alma, vence las tendencias de la carne, y cuando opera libremente en el alma, vence la debilidad y da fruto. Las tendencias de la carne, que son vencidas por los frutos del Espíritu Santo, son:fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, superstición, enemistades, peleas, rivalidades, violencias, ambiciones, discordias, sectarismo, disensiones, envidias, ebriedades y todos los excesos.
Cuanto más se apodera Dios de un alma más la santifica; y cuanto más santa sea, más feliz es. Por tanto, seremos mas felices a medida que nuestra naturaleza va siendo curada de su corrupción. Al principio es difícil ejercer las virtudes, pero con perseverancia se llegan a ejercer con gusto. Las virtudes serán entonces inspiradas por el Espíritu Santo y se traducirán en frutos del Espíritu.