Domingo, 08 Diciembre 2024

Editoriales

El hijo endemoniado

El hijo endemoniado

Un apesadumbrado hombre buscó a Jesús en compañía de su hijo, pero no lo encontró, porque había subido al monte. Era uno de tantos padres infelices porque su hijo padece una discapacidad que provoca una infancia confinada en un niño que no sonríe como los otros y que se pregunta por qué él no es como los demás.

Ambos necesitaban de la acción de Dios, y el cansado padre, en un asomo de esperanza, acudió a Jesús: “Al llegar donde los discípulos, vio a mucha gente que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos. Toda la gente, al verlo, quedó sorprendida y corrieron a saludarlo. Él les preguntó: «¿De qué discuten con ellos?». Uno de entre la gente le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo. Y, dondequiera que se apodera de él, lo derriba, lo hace echar espumarajos, rechinar de dientes y lo deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido»” (Mc 9,14-18).

Aquel padre, aunque nunca abandonó a su hijo disminuido, a veces perdía la esperanza cuestionándose por qué Dios le había cargado con tal congoja, y aunque los demás le reclamaban ser el padre de un poseso, él se decía que aun así él era su hijo, y él su padre.

Este relato gira en torno a la falta de fe en cada uno de sus protagonistas. No hay fe en los escribas, tampoco en los discípulos. No hay fe en el joven endemoniado y poca queda ya en su padre. ¿Cómo obrar un milagro cuando en nadie hay fe? El propósito de este milagro fue hacer resurgir la fe.

Jesús fijó su atención amorosa en el padre desconsolado por tantos años de padecer aquella tribulación. También escuchó que sus discípulos no pudieron hacer nada por ellos: “Él les responde: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo habré de soportarlos? ¡Tráiganmelo!» Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos. Entonces Él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?». Le dijo: «Desde niño. Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros». Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!» Al instante, gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» (Mc 9,19-24).

En un asomo de esperanza, el padre suplicó a Jesús: Si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros. No pidió ayuda solamente para su hijo, sino para ambos. Así es el amor paternal, que se compadece porque el sufrimiento de su hijo no es ajeno al suyo, pues la tristeza de su hijo es su tristeza, y el dolor del hijo es el dolor del padre.

En Jesús saltó una emoción instintiva, «¡Qué es eso de si puedes! en un reclamo que luego se convirtió en una caricia hecha palabra: ¡Todo es posible para quien cree! Porque creer disipa la bruma del horizonte.

El Señor indicó que le acercaran al muchacho, y el demonio exhibió su furia. Pero Jesús, en cuidado del padre, lo hizo identificar lo que necesitaba hasta hacerlo exclamar «¡Creo, ayuda a mi poca fe! Así, en el clamor de aquel padre se descubre la oración ideal: Te pido, Señor, que me aumentes la fe, pues si creo, todo será posible.

“Viendo Jesús que se agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él». Y el espíritu salió dando gritos y agitándolo con violencia El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto. Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó y él se puso en pie” (Mc 9,25-27).

El Reino de Dios derrota al de Satanás. Dios le ha puesto un límite al mal en Cristo-Jesús. El demonio salió del joven hijo, el Señor lo levantó, reedificado, y el cooperó poniéndose en pie, manifestando así su deseo de ser un hombre nuevo.

“Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?». Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración y el ayuno»” (Mc 9,28-29). ¿Esta clase de demonios o esta clase de falta de fe? Ambos, pues hay demonios obstinados y hay personas empecinadas en no creer. Hagamos oración y ayuno pidiendo al Señor por aquellos que no tienen fe, porque ellos no saben pedirlo.