Sábado, 04 Mayo 2024

Editoriales

La Transfiguración

El Señor concedió a tres de sus apóstoles la experiencia de ver venir con poder el reino de Dios transfigurándose ante ellos: “Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos. Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús” (Mc 9,2-4).

Cristo quiso que esta fuese una experiencia de desierto para los tres apóstoles, aparte, en soledad, y en un monte, el lugar tradicional de la presencia divina y donde se hace realidad el deseo del encuentro con Dios. Allí, tres de los Doce fueron testigos de la manera en la que el Padre confirmó la divinidad de Jesús en el preludio de su gloria y en una anticipación de su venida gloriosa al final de los tiempos como rey universal y eterno.

Jesús los hizo subir al encuentro con Dios, y allí se mostró ante ellos de una manera inefable que el evangelista trata de exponer con recursos del mundo que las sencillas palabras no alcanzan a definir. El color blanco y la luz son las figuras de san Marcos en su intento descriptivo: el color blanco, que resulta de ver juntos todos los colores, y la luz, que elimina las tinieblas. De la túnica de Jesús surgía una gran luz al tornarse resplandeciente por un fulgor sobrehumano y al adquirir la tonalidad de un blanco tal que no se conoce en la tierra, de una blancura celestial, pues Jesús es luz para el camino y a la vez él lava las culpas como nadie en la tierra puede hacerlo.

Jesús se transfiguró ante ellos; no se transformó, sino que se transfiguró. No cambió su forma, pues lo vieron como siempre, aunque sí cambió su figura al mostrarse bajo otro aspecto, como nunca lo habían visto. Tanto el color blanco, como la luz, fueron para los tres testigos un impacto visual que ellos narraron mediante estos dos elementos de entre los que, en Jesús, pudieron ver el rostro de Dios.

La súbita aparición de Elías y de Moisés confirmó que la Sagrada Escritura se proyecta íntegra hacia Jesús de Nazaret, y que concluye una página en la Historia de la Salvación y se escribe una nueva; se cierra la Antigua Alianza e inicia la Nueva Alianza. Dios no se revelará más por boca de sus profetas, sino en Jesucristo.

El mesianismo se presentó así a la humanidad en los tres apóstoles, quienes vieron a los antiguos profetas que conversaban con Jesús porque en él se unen el pasado, el presente y el futuro. La tradición judía no está separada del cristianismo, sino que se funde, se hace una misma revelación de esta y única Historia de la Salvación en la presencia encarnada de Dios.

“Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es que estemos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»; –Pues no sabía qué responder, ya que estaban atemorizados–.” (Mc 9,5-6). ¿Cómo expresar el sentimiento humano de la contemplación divina, si no es a través de gestos y de insinuaciones surgidos de tal experiencia? Pedro no pudo más que manifestar, con emociones de bienestar, su deseo de permanecer allí, pues nada le afligía y no experimentaba tristeza alguna, sino que se sentía en paz y alegre, en una experiencia no conocida. Verdaderamente era bueno estar allí, y así lo dijo, libre su mente de cualquier pasión en aquel dichoso día.

Conocedor de que estaba siendo objeto de un extraordinario privilegio, Pedro llamó a Jesús Rabbí, es decir, Maestro, y para evitar que aquella experiencia sobrenatural terminase, quiso poner los medios que le eran alcanzables, levantar tres tiendas, para que Jesús y los profetas se quedaran allí con ellos. Pedro supo que estaba ante la presencia de Dios y quiso responder haciendo allí la Tienda del Encuentro, de la Cita o de la Reunión de Yahveh con su pueblo, como lo había indicado Dios desde los tiempos del éxodo al pedir un sacrificio (Cfr Ex 24,15-17).

La transfiguración es una manifestación anticipada de la gloria de la resurrección que Jesús quiso mostrar a Pedro, Santiago y Juan para hacer que la fe creciera en ellos, pues aún les faltaba vivir la Pasión del Señor, a quien vieron transfigurado en su divinidad, pero no todavía muerto y resucitado. Así, lo que vieron por sus ojos, lo conocerían a la luz de la fe.