Jueves, 18 Abril 2024

Editoriales

La Visitación en Adviento

La Visitación en Adviento

Para la celebración del cuarto Domingo de Adviento de este año 2021, la lectura del Evangelio relata la visitación de la Virgen María a santa Isabel, madre de san Juan Bautista, una festividad que, con el título de La Visitación de la Virgen María, el calendario litúrgico indica que sea el día 31 de mayo de cada año la fecha para su celebración; pero esta acción emprendida por la Virgen María también es vista como un relato que es propicio para el Adviento.

La figura de María, que estando encinta es portadora del Redentor encarnado en su seno virginal, y que emprende un viaje para acompañar durante algunos días a su prima, quien también espera en su seno a su hijo Juan, nos mueve a vivir los últimos días del Adviento de este año con una mayor atención en Jesús niño que, aun antes de nacer viene a visitarnos para ver que lo recibamos con gran disposición, con una mayor alegría que en años anteriores.

El texto del Evangelio refiere: “En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?. Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1,39-45).

En efecto, María no viaja sola, la acompaña su divino Hijo; y su acompañante hace que la visitación sea protagonizada por dos personas: la que dirige sus pasos para encontrarse con Isabel y el Niño que vive en su seno y que habrá de nacer en la noche de Navidad.

El texto del evangelista Lucas narra más adelante las palabras de la Virgen que le dan forma a la oración del Magnificat: “Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como había anunciado a nuestros padres en favor de Abraham y de su linaje por los siglos»” (1,46-55). Son palabras que nos muestran que Dios es más poderoso que todos los poderes del mundo y que su poder lo muestra en la pequeñez de un niño recién nacido.

Ya el profeta Miqueas, que como todo profeta recuerda el futuro, había tenido la visión de la Visitación de María a Isabel y narra, en el texto que ha sido tomado para la primera lectura de este mismo cuarto Domingo de Adviento: “De ti, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel, cuyos orígenes se remontan a tiempos pasados, a los días más antiguos. Por eso, el Señor abandonará a Israel, mientras no dé a luz la que ha de dar a luz. Entonces el resto de sus hermanos se unirá a los hijos de Israel. Él se levantará para pastorear a su pueblo con la fuerza y la majestad del Señor, su Dios” (Mi 5,1-4).

En unos días más terminará el tiempo del Adviento, y en unos días será Navidad y celebraremos que la Virgen María nos muestra a Jesús arropado entre sus brazos y luego, para que podamos contemplarlo mejor, lo colocará en un pesebre que, a manera de cuna, será el objeto que lo contenga para mostrarle a la humanidad que el Dios Todopoderoso, el Infinito, el Eterno, el Creador del todo ha venido a nuestro mundo para instalarse entre nosotros.

Deseo a mis lectores que en esta Navidad nuestros brazos reciban a Dios Niño y que sean, a su vez, un pesebre que nos permita mostrarlo a los nuestros y también a todos los demás.