Viernes, 19 Abril 2024

Editoriales

Las visiones de los videntes

Las visiones de los videntes

San Juan Diego, santa Bernadette Soubirous, Santa Catalina Labouré, santa Margarita María Alacoque, los niños de Fátima y tantos videntes que han recibido la gracia celestial de ver y hablar con Jesucristo, con la Virgen María, con los santos o con los ángeles, vivieron una experiencia mística conocida como visiones, expresión de la que se deriva su apelativo de videntes.

¿Cómo es posible que una persona humana pueda entablar una conversación con una persona divina o espiritual y cómo es posible que pueda verla…?

Gracias al Comentario Teológico elaborado por el cardenal Joseph Ratzinger, quien en su calidad de Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe hizo público el 26 de junio del año 2000 luego de que el texto de la tercera parte de Secreto de Fátima fuese dado a conocer el 13 de mayo del mismo año al término de la celebración eucarística que el papa Juan Pablo II presidió en Fátima, Portugal, es posible conocer cómo ocurre la experiencia mística de las visiones celestiales.

El Documento comienza por explicar que “La antropología teológica distingue en este ámbito tres formas de percepción o visión: la visión con los sentidos, es decir la percepción externa corpórea, la percepción interior y la visión espiritual. Está claro que en las visiones de Lourdes, Fátima, etc. no se trata de la normal percepción externa de los sentidos: las imágenes y las figuras, que se ven, no se hallan exteriormente en el espacio, como se encuentran un árbol o una casa. Esto es absolutamente evidente, por ejemplo, por lo que se refiere a la visión del infierno (descrita en la primera parte del secreto de Fátima) o también la visión descrita en la tercera parte del secreto, pero puede demostrarse con mucha facilidad también en las otras visiones, sobre todo porque no todos los presentes las veían, sino de hecho sólo los videntes. Del mismo modo es obvio que no se trata de una visión intelectual, sin imágenes, como se da en otros grados de la mística. Aquí se trata de la categoría intermedia, la percepción interior, que ciertamente tiene en el vidente la fuerza de una presencia que, para él, equivale a la manifestación externa sensible”.

Para diferenciar una visión de una imaginación, el cardenal Ratzinger explica que “Ver interiormente no significa que se trate de fantasía, como si fuera sólo una expresión de la imaginación subjetiva. Más bien significa que el alma viene acariciada por algo real, aunque suprasensible, y es capaz de ver lo no sensible, lo no visible por los sentidos, una especie de visión con los sentidos internos. Se trata de verdaderos objetos, que tocan el alma, aunque no pertenezcan a nuestro habitual mundo sensible. Para esto se exige una vigilancia interior del corazón que generalmente no se tiene a causa de la fuerte presión de las realidades externas y de las imágenes y pensamientos que llenan el alma. La persona es transportada más allá de la pura exterioridad y otras dimensiones más profundas de la realidad la tocan, se le hacen visibles. Tal vez por eso se puede comprender por qué los niños son los destinatarios preferidos de tales apariciones: el alma está aún poco alterada y su capacidad interior de percepción está aún poco deteriorada”.

Para eliminar la posibilidad de una elaboración fantástica de la mente, el Documento refiere que “se trata de realidades que sobrepasan en sí mismas nuestro horizonte. El sujeto, el vidente, está involucrado de un modo aún más íntimo. Él ve con sus concretas posibilidades, con las modalidades de representación y de conocimiento que le son accesibles. En la visión interior se trata, de manera más amplia que en la exterior, de un proceso de traducción, de modo que el sujeto es esencialmente copartícipe en la formación como imagen de lo que aparece. La imagen puede llegar solamente según sus medidas y sus posibilidades. Tales visiones nunca son simples fotografías del más allá, sino que llevan en sí también las posibilidades y los límites del sujeto perceptor”.

Finalmente, para distinguir si se trata de un auténtico vidente que es objeto de una revelación de origen celestial, el Documento establece que “lo que es central en una imagen se desvela en último término a partir del centro de la profecía cristiana en absoluto: el centro está allí donde la visión se convierte en llamada y guía hacia la voluntad de Dios”.

Este Comentario Teológico del cardenal Ratzinger cobra vigencia en un tiempo en el que han proliferado los falsos videntes que están provocando inquietud y pérdida de esperanza entre los fieles creyentes de buena voluntad.