En la basílica de San Pablo Extramuros, de Roma, se conserva un icono de la Virgen Madre de Dios que encierra la particularidad de no haber sido escrito con pigmentos al temple ni sobre un tablón de madera, sino en mosaicos venecianos.
Esta imagen de la Virgen María guarda estrecha relación con los jesuitas y particularmente con su fundador, san Ignacio de Loyola, pues ante este icono él pronunció la profesión de sus votos siete meses después de que el papa Paulo III, quien pontificó de 1534 a 1549, aprobara la Fórmula de la Compañía de Jesús, el 27 de septiembre de 1540.
El origen del icono se remonta a principios del siglo XIII cuando Honorio III, Romano Pontífice de 1216 a 1227, solicitó a la Serenísima República de Venecia que enviara a Roma a sus mejores artistas para elaborarlo. Su tema iconográfico es típicamente bizantino, pues la posición de las figuras de Jesús y de su Madre la hacen ser una hodigitria, el tipo más solemne y hierático de entre los iconos marianos.
La Virgen aparece de medio cuerpo con la cabeza sutilmente inclinada hacia su Hijo a quien sostiene en su brazo izquierdo y lo presenta con su mano derecha mientras con sus grandes ojos dirige su mirada hacia el espectador. Ella viste túnica y maphorion color azul intenso con una estrella blanca en su frente y otra en su hombro derecho. Su hermoso rostro lo circunda un nimbo de oro.
Cristo luce sentado en el regazo de su Madre mirando hacia el cielo mientras con su mano derecha imparte su bendición al tiempo que con sus dedos indica sus naturalezas divina y humana y el misterio de la Santísima Trinidad. En su mano izquierda sostiene el Manuscrito sagrado. Su ropaje, color rojo encendido y ceñido por lienzos blancos, lo complementa un par de sandalias. Su nimbo de oro, decorado con una cruz griega, se sobrepone parcialmente al nimbo de su Madre.
Los maestros venecianos del mosaico, herederos del arte bizantino gracias a la relación comercial de siglos entre Venecia y Bizancio, consiguieron plasmar de manera natural los pliegues de los ropajes gracias a un artificio, mediante la inserción de filas de teselas de oro hasta imitar los muchos pliegues de las vestimentas, provocando así un aspecto muy suave a la vista. Igualmente lograron presentar un fino rubor en las mejillas de ambos con el uso de minúsculos mosaicos de color rojizo muy tenue.
Delante de este icono, el 22 de abril de 1541, san Ignacio profesó sus votos religiosos, dando comienzo a la Compañía de Jesús. Su primera Misa la había celebrado en Roma la noche de Navidad de 1538 en la basílica de Santa María la Mayor. Casi tres años después hizo su profesión religiosa en la recién fundada Compañía de Jesús junto con otros cinco jesuitas. Él mismo dejó escrito tal acontecimiento: “Cuando llegamos a San Pablo los seis nos confesamos, unos a otros. Se decidió que Íñigo dijese misa en la iglesia, y que los otros recibiesen el Santísimo Sacramento de sus manos, haciendo sus votos de la siguiente forma: Ignacio diciendo misa y justo antes de la comunión, sosteniendo un papel con la fórmula de los votos, se volvió hacia sus compañeros que estaban arrodillados, y pronunció las palabras de los votos. Después de decirlas, comulgó recibiendo el Cuerpo de Cristo. Cuando terminó de consumir colocó las cinco hostias consagradas en la patena y se volvió hacia sus compañeros. Cada uno tomó el texto de los votos en su mano y dijo en voz alta las palabras. Cuando el primero terminó, recibió el Cuerpo de Cristo. Luego, por turnos, los demás hicieron lo mismo. La misa tuvo lugar en el altar de la Virgen, en el que estaba reservado el Santísimo Sacramento”. En la fórmula, san Ignacio estableció que los votos se emiten en presencia de la virginal Madre.
Cada 22 de abril, los jesuitas celebran la festividad de “Santa María Virgen, Madre de la Compañía de Jesús” con el himno: “Señora la más gloriosa, más alta que el firmamento, que al que te dio humano aliento, tu pecho das, generosa”.
La Virgen María ya había adquirido un papel relevante en la conversión de san Ignacio desde que se le reveló en 1521 mientras se recuperaba de sus heridas en Loyola, como él mismo relata: “Estando una noche despierto, vi claramente una imagen de Nuestra Señora con el Niño Jesús, con cuya vista por espacio notable recibí consolación muy excesiva”, una experiencia mística que se vio coronada con su profesión religiosa ante el milagroso icono.