Vivimos rodeados de “juguetes” producto del impresionante desarrollo de la ciencia y la tecnología. Los teléfonos inteligentes, la televisión conectada a internet, el trabajo “en línea”, etc. En medio de esta sociedad tecnificada es frecuente oír que estos avances científicos impresionantes están alejando a los seres humanos de la religión y que la esperanza o la creencia en una vida futura se va desvaneciendo de las mentes y de los corazones de los seres humanos.
Pareciera que se cumplen los pronósticos de los grandes ateos y filósofos positivistas que predecían que conforme la ciencia avanza, la religión retrocede y que esta última quedará relegada a una curiosidad histórica, ya que la ciencia explicará finalmente todas las grandes interrogantes en las cuales se esconde ese “dios” de los débiles mentales que le tienen miedo a la libertad intelectual.
Sin embargo, contrariamente a esta idea del siglo XIX tres grandes intelectuales de inmortal memoria han expresado claramente la verdad de la convivencia armoniosa y fructífera entre estas dos grandes áreas del conocimiento humano, las ciencias naturales y la fe.
El primero de estos grandes pensadores fue el insigne científico Galileo Galilei, fundador de la ciencia moderna. Galileo puso las bases de la física moderna y del método científico y como muchos de sus descubrimientos chocaban con la física aristotélica de entonces fue acusado de querer socavar la fe de sus contemporáneos. Sin embargo, Galileo en 1615 expresó magistralmente la falacia de esta aparente enemistad entre las ciencias naturales y la Biblia, expresando:
“EL LIBRO DE LA FE Y EL LIBRO DE LA NATURALEZA NO PUEDEN CONTRADECIRSE PORQUE AMBOS TIENEN AL MISMO AUTOR”.
Y añadió: “Las Sagradas Escrituras no pueden equivocarse, pero sus intérpretes sí”. De modo que los aparentes conflictos entre la biblia y las ciencias provienen de interpretaciones fallidas de la primera o por extralimitar los alcances de los descubrimientos de las segundas.
En el siglo XX, el más grande de los científicos de su tiempo, Albert Einstein, también puso su genio a este tema y expresó magistralmente:
“LA RELIGIÓN SIN CIENCIA ESTÁ COJA, PERO LA CIENCIA SIN RELIGIÓN ES CIEGA”.
Con esta frase, Einstein manifestaba su convicción de que ambas actitudes hacia el universo están íntimamente relacionadas. La Religión sin el complemento de la ciencia puede fácilmente desembocar en fanatismos y superstición, pues le falta el apoyo de la realidad natural. Por su parte, la ciencia sin la fe, se convierte en una empresa sin destino, no tiene guía, ni razón que le dé sentido a su empresa intelectual.
Albert Einstein ha sido una de las más grandes mentes que ha existido en la historia, Y si bien no fue una persona religiosa en general, si tenía una conciencia clara de la existencia de un ser superior. El mismo expresó: “Lo más sorprendente del universo es que sea inteligible”. Creía en un Dios creador, pero que no se interesaba en su creación. En su rechazo al aspecto indeterminista de la mecánica cuántica, manifestó que “Dios no juega a los dados” expresando su desacuerdo con abandonar el principio de que, a iguales causas, iguales efectos.
El tercer personaje, tal vez el más ilustre de los tres, es nada menos que el querido y extrañado San Juan Pablo II. S. S. Juan Pablo II estuvo involucrado durante toda su vida, pero sobre todo como Sumo Pontífice, en impulsar el diálogo enre la teología, la filosofía y las ciencias naturales.
No podemos en estas pocas líneas profundizar en sus múltiples actividades en la promoción de ese diálogo, sólo mencionaré su gran Encíclica “Fides et Ratio” (“Fe y Razón”) en cuya Introducción expresa:
“LA FE Y LA RAZÓN SON COMO LAS DOS ALAS CON LAS CUALES EL ESPÍRITU HUMANO SE ELEVA A LA CONTEMPLACIÓN DE LA VERDAD”.
En este punto, “la búsqueda de la verdad”, es donde la teología, la filosofía y las ciencias naturales se encuentran, en la búsqueda de la verdad, cada una desde su particular enfoque y con sus propios métodos de conocimiento, ya que siendo la realidad una, es natural que la búsqueda honesta y objetiva de la verdad desde los diversos puntos de vista, converjan en un dialogo fructífero y respetuoso.
Así pues, el supuesto dilema planteado de la contradicción entre ciencia y fe se demuestra falso y malintencionado en muchos casos, ya que la realidad ha demostrado magníficos resultados de este dialogo inspirado en el respeto y el amor.
Adolfo L. Orozco Torres
Físico egresado de la Facultad de Ciencias de la UNAM e Investigador del Instituto de Geofísica de la UNAM, en Estudios espaciales. Responsable del Proyecto “Ciencia y Fe” en la Universidad Anáhuac, en la Ciudad de México. Socio Fundador y Presidente del Centro Mexicano de Sindonología. Ha publicado infinidad de artículos en revistas internacionales de su área de Investigación: Rayos Cósmicos, Geomagnetismo e Historia de la Ciencia, además de la presentación de trabajos en Congresos Nacionales e Internacionales de su especialidad. Durante su carrera ha impartido más de 800 conferencias en temas científicos, así como sobre la Sábana Santa, el Acontecimiento Guadalupano y la armonía entre Ciencia y Fe.