La Biblia, que es un conjunto de libros teológicos, no es un libro de ciencia, sino de teología. Así, el relato de la creación, narrado en el libro del Génesis, no es científico, es teológico; es un relato sencillo y comprensible para todo momento de la historia y para toda cultura.
El Génesis narra la manera en la que Dios creó el cosmos, formado por materia surgida de su voluntad creadora, pero no refiere cómo es que creó la materia, ni la existencia. Lo que el relato informa es que el universo es obra de Dios, sin decir cómo es que lo creó, sin esas precisiones que son divinas, y sin pretender ir más allá de señalar que la obra creadora fue progresiva y buena, y que fue creada para el hombre, cuya creación fue muy buena.
El relato bíblico de la creación no se contrapone a la razón ni se opone a la ciencia, y siempre se entendió así hasta mediados del siglo XIX, con el surgimiento del positivismo y posteriores filosofías materialistas, cuando se fue desarrollando el mito de la oposición entre la ciencia y la fe hasta llegarse a afirmar que la ciencia desplazaría totalmente a la religión, convirtiéndola en una anécdota del pasado. Pero en realidad, los grandes avances científicos del siglo XX encontraron en su fundamento una relación directa con una visión trascendente del universo.
La Ciencia y la Fe sólo pueden estar en conflicto desde una concepción sesgada y parcial de la realidad, como ya afirmaba Galileo Galilei al expresar que “El libro de la Revelación (la Biblia) y el Libro de la Naturaleza no pueden contradecirse porque tienen al mismo autor”, o como gustaba de decir Albert Einstein: “La Religión sin ciencia es coja, pero la ciencia sin religión es ciega”, para añadir que “lo más desconcertante del universo es que sea inteligible”. Es decir, que Dios no sólo creó un universo ordenado y lo dotó de leyes propias que le permiten evolucionar, sino que nos dio la inteligencia para descubrir estas leyes, y para que al conocer la creación podamos saber de Él.
Sin embargo, hay quienes consideran que la explicación científica del origen del universo se contrapone al relato teológico de la creación, cuando no es así. Fue a finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, en el marco de un enfrentamiento filosófico a la religión con el argumento de que la ciencia por sí misma era capaz de responder a todas las inquietudes materiales del ser humano, cuando se inició el desarrollo de las teorías cosmológicas que proponen que el universo se encuentra en expansión acelerada, desde un remoto pasado de 14 mil millones de años, teorías surgidas de lo que el doctor en Matemáticas, Georges Lemaitre, llamó el Átomo Primigenio.
No pasó inadvertido que el autor de esta teoría del Átomo Primigenio, la más exitosa en la historia de la astronomía y la astrofísica, fuese desarrollada por este gran científico que además era sacerdote católico, el Padre Georges Lemaitre, quien cuestionado por la revista Times acerca de una posible contradicción entre su fe y su ciencia, él respondió: “Yo sabía que se puede llegar a la verdad por el camino de la ciencia y por el camino de la fe, y decidí seguir ambos” y explicó que “el científico creyente trabaja con los mismos instrumentos que el no creyente, pero para los creyentes existe la convicción profunda de que los problemas tienen solución, y que Dios, creador del universo, nos dio la inteligencia capaz de penetrar los misterios del universo”.
La teoría del Padre Lemaitre explica que toda la materia y la energía del universo estuvo concentrada hace alrededor de 14 mil millones de años en un punto singular, y que por alguna razón empezó a expandirse dando lugar a nuestro actual universo en expansión acelerada. A esta teoría del Átomo Primigenio, el astrónomo ateo Fred Hoyle, le llamó, de manera grotesca, Big Bang.
De las diversas teorías cosmológicas, esta es la que mejor explica las condiciones del universo y da pie a un acercamiento a la descripción de la creación del mundo en el libro del Génesis, pues sostiene que de una masa informe de energía primigenia surgieron los primeros átomos, luego las moléculas, las estrellas y las galaxias y cómo el universo llegó a su situación actual en una expansión acelerada, sin explicación integral.
El Padre Georges Lemaitre murió en 1966 luego de ser un científico reconocido por la comunidad científica mundial, y quien a muchos investigadores objetivos los acercó a una apreciación del origen divino del universo, mediante el Big Bang.