El cardenal Pietro Parolín, Secretario de Estado de la Santa Sede, estuvo en México del 17 al 21 de junio. El sábado 19 viajó a la ciudad de Izamal, en Yucatán, para estar en el santuario de la Virgen de la Inmaculada Concepción de Izamal, a fin de ordenar obispo al sacerdote yucateco Fermín Sosa Rodríguez, quien ha sido nombrado por el papa Francisco como nuncio apostólico para Papúa, Nueva Guinea.
Al mediodía del domingo 20, el cardenal Parolín presidió la celebración eucarística en la basílica de Guadalupe junto con el cardenal Carlos Aguiar Retes, arzobispo primado de México. En el curso de la homilía dijo que México “vive desde hace muchos años la desigualdad social, la pobreza, la violencia del crimen organizado, la división por causas políticas, sociales y hasta religiosas. Un México que tiene necesidad de reconciliarse consigo mismo, de reencontrarse como hermanos, de perdonarse mutuamente, de unirse como sociedad superando la polarización. Un México que sepa mirar a su historia para no olvidar la gran riqueza de sus raíces y la herencia recibida en los valores que han forjado su identidad a lo largo de muchas generaciones. Como creyentes, reconocemos que el encuentro con Jesucristo ha sido y continúa siendo el don más valioso y trascendente para los pueblos y las culturas de esta Nación y del continente americano. Para abrir mejores caminos hacia el futuro, un futuro de reconciliación y de armonía, tenemos que consolidar y profundizar nuestra fe en Jesucristo” e indicó: “Necesitamos que nuestra fe en Cristo resucitado, nos ayude a ser constructores de una mejor sociedad a partir de nuestras propias familias y desde el lugar que ocupamos en la vida pública”.
El lunes 21, el Cardenal desayunó en Palacio Nacional con el presidente de México, a la una de la tarde fue el invitado de honor en una recepción en la Nunciatura Apostólica, y por la noche regresó a Roma. En el discurso que pronunció en la Nunciatura, dijo que en la basílica de Guadalupe rezó para que en México “se logre superar la cultura de la división y de la violencia” y se mostró “particularmente feliz de regresar a México, un país rico de historia y de cultura, cuyas raíces cristianas, injertadas en el árbol vivo y fecundo de las culturas indígenas -ya ellas profundamente religiosas- han propiciado el desarrollo de una identidad profundamente solidaria, demostrada especialmente en los momentos más difíciles”.
En su discurso, el Cardenal Secretario de Estado se refirió a la nación mexicana en varios aspectos: “Este año se celebra el Bicentenario de la Independencia de México. En esta importante ocasión, la Santa Sede desea manifestar una cordial cercanía al Pueblo y a las instituciones de México. Doscientos años después de ese hecho histórico, es legítimo y oportuno hacer un balance, pero es todavía más necesario dar un renovado impulso a la visión, a los valores y a los sentimientos que animaron desde adentro tal proceso histórico. Si, por un lado, el camino de este país estuvo marcado por grandes anhelos e ideales, es también cierto que, por otro lado, no faltaron fuertes polarizaciones y lacerantes contrastes en el plano político y social, así como también a nivel religioso” y propuso que México sea “un país respetuoso, atento y sensible a las convicciones humanísticas, éticas y religiosas de cada uno de sus ciudadanos, incluso en el ámbito público”.
Hacia la parte final de su discurso, el Secretario de Estado aseguró que “La Santa Sede alimenta la esperanza de que ha llegado el momento de un renovado pacto de mutua colaboración, marcado por un profundo respeto de la legítima distinción entre Estado e Iglesia, un pacto basado en el principio de la laicidad. Es parecer común, de hecho, que este principio hoy ya no debe entenderse o declinarse como una oposición entre las esferas religiosa y secular, sino más bien como una necesaria autonomía de compromiso y de acción en favor del bien de todos. Por eso, desde hace algún tiempo se habla de una laicidad positiva y, últimamente, también de una laicidad constructiva. En el sentido de que, lejos de ser un motivo ulterior de división u oposición, al principio de laicidad le compete, por un lado, respetar y acoger la valiosa contribución que las convicciones espirituales ofrecen a la sociedad y, por el otro, también actuar como barrera para cualquier tipo de desvío fundamentalista o secularista” y confió en la promoción de “una cultura atenta a la tutela de los derechos de todos los ciudadanos y capaz de promover una sociedad cada vez más respetuosa, acogedora y solidaria por el bien de todos”.