Luego de la profesion de fe de Pedro y de los apóstoles, Jesús les presentó la primera de tres advertencias acerca de lo que habría de sobrevenirle en su Pasión, Muerte y Resurrección a fin de que pudiesen hacerle frente al acontecimiento de lo que ellos podrían interpretar como un fracaso. Quiso prevenirlos para mitigarles el impacto de los acontecimientos en los que se verían envueltos ellos mismos, y en los que lo verían ser juzgado y sentenciado a muerte como un blasfemo y como delincuente.
“Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente. Tomándolo aparte, Pedro, se puso a reprenderlo. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres»” (Mc 8,31-33).
Era justo que los apóstoles supieran que en los sucesos por venir no verían un triunfo como el que ellos concebían. El Señor, por su parte, consideraba que el dolor de su muerte era inferior al cumplimiento de la Redención, y por eso aceptó morir así.
No fue una sorpresa para Jesús la confabulación de las autoridades judaicas contra él, ni su aprehensión, su injusto juicio, y su terrible muerte. No lo ignoraba, morir así no fue para él un accidente. Sabía lo que habría de sucederle y no lo rechazó; por eso quiso que sus seguidores lo supiesen y que ellos a su vez lo aceptaran. Se los dijo abiertamente. Pero Pedro no podía dar crédito a lo que escuchaba y no quiso atender a aquellas palabras que presagiaban lo que él asumía como una desgracia fatal.
Pedro suspiró ofuscado, e invitó a Jesús a la reflexión indicándole que no era prudente que hablara así del futuro suyo y de ellos. Pedro se sintió responsable de mantener intacto el prestigio del que ya gozaba Jesús, un prestigio compartido por el grupo de los Doce, y aquellas palabras, que no les favorecerían, podrían ocasionar la dispersión de muchos de sus seguidores; la victoria de Jesús sería también la victoria de ellos, pero si Jesús fracasaba, su fracaso sería igualmente el de ellos.
Pero en las palabras de Jesús estaba el aliento del espíritu de Dios, y aunque su naturaleza humana le clamaba evitar ese trágico final, su naturaleza divina le apremiaba a concretar el plan de salvación aunque en ello le fuese la vida; morir para que viviesen los suyos, como afirma san Ambrosio: “Una sola es la voluntad donde sólo hay una operación, y en Dios la actuación de la obra sigue inmediatamente al acto de la voluntad. Pero una cosa es la voluntad de Dios y otra la voluntad del hombre. Así, para que entiendas que la voluntad del hombre busca a tientas la vida, porque tememos la muerte, mientras la voluntad divina quiere la pasión de Cristo, puesto que padece por nosotros; por eso, cuando Pedro trataba de apartarlo de la pasión, el Señor dijo: «No sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres»”.
Jesús sabe que el demonio nada puede contra Dios, pero también sabe que el demonio sí puede mucho contra el hombre. Resistió a las instigaciones diabólicas de buscar otra solución para no padecer ni morir así, y aceptó sujetarse al designio divino, pero Pedro le planteó lo que Jesús ya había identificado como una tentación del demonio.
Las palabras ‘Satán’ y ‘Satanás’, que en hebreo significan ‘Adversario’ u ‘Oponente’, con el tiempo se convirtieron en un nombre propio asignado a Lucifer. La expresión de Jesús a Pedro Quítate de mi vista, Satanás, no corresponde a asignarle a Pedro el nombre del demonio, sino en hacerle notar que su corrección sería la de un oponente que divide el plan divino. El pensar de Pedro no fue inspirado por el mal, sino por un impulso natural del pensamiento humano que no se ha ajustado todavía al pensamiento de Dios.
Para Pedro y para los demás apóstoles y discípulos, ese proceso de irse ajustando a la voluntad de Dios les tomó mucho más tiempo del que le llevó a Jesús. Fue hasta después de su Resurrección que fueron comprendiendo lo que antes no lograban entender porque no lo querían escuchar. En efecto, Dios no decepciona, se decepciona quien se inventa una falsa expectativa de Dios diferente al plan divino, se engaña a sí mismo quien se hace una imagen de Dios que no es la que le corresponde.