Viernes, 26 Abril 2024

Editoriales

La enseñanza de san Marcos

La enseñanza de san Marcos

Acercarse al relato de san Marcos es una experiencia que se traduce en una apreciación de la vida que rompe reglas del pasado, se confronta con las del presente y establece las de los tiempos por venir.

No es Marcos, el autor, sino Jesús, el protagonista, quien nos atrae hacia esta historia de la que, cuando nos percatamos, resultamos ser el co-protagonista.

¿Qué hace Jesús en el Evangelio? ¿Qué escribe Marcos en su relato? ¿Qué sucede con esta historia que, acaecida y escrita hace dos mil años, continúa siendo una crónica viva en cada día, en cada noche y en cada año de nuestra historia? Es una canción de amor en el viento que canta una historia de Dios, una historia del hombre, una historia tuya, la historia mía, la historia de Dios con nosotros. Es el relato que describe cómo fue que el Creador y Compositor del universo, el Artífice de los instrumentos que hacen música de toda creatura, música del paisaje de cada mañana y de toda noche, sin caer en disonancia, uno de nuestros días tomó la batuta y de pie ante su orquesta, que ya esperaba su presencia desde siglos, la hizo sonar como nunca hubiese sonado por sí misma en una sinfonía que sigue resonando hasta nuestros días merced a las vibrantes notas del espíritu.

Este es aquel escrito de un testigo, asistente y secretario, que luego de meses, que se hicieron años, supo que lo que escuchaba no podía quedarse en él, no debía ser únicamente para él; y su interior le gritó que debía heredar estos recuerdos a las generaciones por venir.

Juan Marcos, discípulo del pescador de Galilea a quien el Señor le cambió el nombre de Simón a Pedro, aunque no fue discípulo de Jesús vino a ser este testigo de la epopeya que Pedro narraba a los escuchas de su predicación apasionada. Al oírle, Marcos quedó atraído, seducido por aquel Jesús de quien Pedro hablaba con particular vehemencia.

Marcos ya estaba atrapado por quien es el amor mismo, de quien Pedro no podía dejar de hablar. Marcos tomó papiros y se lanzó a escribir lo que de Pedro escuchaba. Primero relatos sueltos que luego ordenó dándoles estructura. No comenzó por el principio, lo hizo a partir del final porque lo mejor de su escrito es que Jesús resucitó, la noticia que ha venido a ser la mejor noticia que se haya escrito jamás. Pero si resucitó es porque murió. ¿Y cómo murió…? Marcos nos dice que fue crucificado. ¿Y por qué murió así…? Marcos narra que fue víctima de insidias y calumnias de las autoridades de su tiempo. Entonces debe responder a otra pregunta: ¿Para qué murió…? Pero si sobre Jesús se edificaron calumnias es porque en su vida hubo otros a quienes él conoció y amó; así que... ¿Para quiénes murió…? Y las respuestas han venido a ser esta canción de amor en el viento.

Marcos parte, pues, de una alegría grande que es la Resurrección de Jesús; aunque es una alegría que se ve precedida por la tristeza que nos invade en su Pasión y en su Muerte violenta, violencia a la que Jesús no respondió con violencia tras resucitar, pues no resucitó para castigar la afrenta de sus agresores. Al contrario, resucitó para revelar una fuerza desconocida hasta entonces, una fuerza que permite vencer el mal con el bien, una extraña y novedosa fuerza que consiste en hacerse débil. En efecto, desde que Jesús resucitó, el hombre más poderoso es el más humilde, el más rico es el más pobre y el que llega a la vida plena es el que supo morir a la vida del mundo. Una fuerza que a la muerte la transforma en vida, al dolor en alegría, al sufrimiento en ofrenda de vida, a la ofensa en perdón y a la violencia en amorosa respuesta.

Compadecer al agresor, perdonar las ofensas, amar al prójimo, purificar el pecado. Esta es la fuerza de Jesús, este es su poder con el que despoja al sufrimiento de su sinsentido y derrota, resucitando, a la muerte. Esto es lo que Marcos expone a través de una enseñanza que parte del testimonio de la vida de Jesús entregada a Dios y a los demás, la enseñanza de cómo amar a Dios por sobre todas las cosas, por encima de toda realidad, y amar a los demás tanto como amarse a uno mismo, la enseñanza de que el amor a Dios se refleja en amar al prójimo y que este amor se alcanza cultivando una misericordia que se traduce en abundante cosecha de frutos.