Miércoles, 24 Abril 2024

Editoriales

Multiplicación de panes y peces

Multiplicación de panes y peces

Luego de haber enviado a los Doce a predicar la conversión en Galilea, “se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. Él, entonces, les dice: «Vengan también ustedes aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco». Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero los vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc 6,30-34).

Volvieron cansados, aunque gustosos y animosos, y se encontraron con Jesús para informarle, con entusiasmo, cuanto habían hecho y lo que habían enseñado. Él quiso obsequiarlos con una experiencia de desierto y los llevó a un lugar solitario, pero muchos más quisieron ir también con él y fueron corriendo, a pie; y al verlos, sintió compasión de ellos, de su pueblo que carecía de pastores propicios.

“Era ya una hora muy avanzada cuando se le acercaron sus discípulos y le dijeron: «El lugar está deshabitado y ya es hora avanzada. Despídelos para que vayan a las aldeas y pueblos del contorno a comprarse de comer». Él les contestó: «Denles ustedes de comer». Ellos le dicen: «¿Vamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?». (Mc 6,35-37). Esa respuesta de Jesús, denles ustedes de comer, les pareció inadmisible y le pusieron un precio lo que les pareció imposible, doscientos denarios, una cantidad que le haría a Jesús comprender lo inalcanzable de su solución; pero él les contestó con una pregunta que les pareció todavía más incongruente: “Él les dice: «¿Cuántos panes tienen? vayan a ver». Después de haberse cerciorado, le dicen: «Cinco, y dos peces»” (Mc 6,38).

Jesús tendría que ceder ante la demostración de que dos peces y cinco panes equivalían a nada para aquel gentío. Ellos habían puesto todo lo que tenían y Jesús lo iba a utilizar, y vieron que se proponía repartirlo, y así lo hizo, ante sus miradas incrédulas: “Entonces les mandó que se acomodaran todos por grupos sobre la verde hierba. Y se acomodaron por grupos de cien y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los iba dando a los discípulos para que se los fueran sirviendo. También repartió entre todos los dos peces. Comieron todos y se saciaron. Y recogieron las sobras, doce canastos llenos y también lo de los peces. Los que comieron los panes fueron 5000 hombres” (Mc 6,39-44).

En efecto, el Señor quiso llevar a los apóstoles hasta el extremo de dar todo, y logró que aquellas miradas incrédulas vieran que lo irrealizable se puede hacer realidad; y donde escaseaba abundó, lo que faltaba sobró. Fueron muchos los que comieron, y muchas fueron también las sobras, pues Doce es el número teológico que representa al pueblo de Dios. Eso que sobró es para todos; antes de Cristo, para Israel, y a partir de Cristo, para la humanidad toda. Jesús es pan para todos, es el alimento de una nueva vida, pues con este signo el Señor abrió el prólogo de lo que sería luego la sagrada Eucaristía cuando en la última Cena, a sus apóstoles les dio el pan haciéndoles saber que ese pan es su Cuerpo, el alimento espiritual para todos.

El Señor, además de multiplicar panes y peces anticipó así el signo de la vida en su Iglesia mostrándoles un indicio de la vida eterna a partir de lo efímera que es la vida en este mundo. Pero no lo comprendieron porque únicamente vieron la necesidad del cuerpo, y no la del alma. Y por ello, “inmediatamente obligó a sus discípulos a subir a la barca y a ir por delante hacia Betsaida, mientras él despedía a la gente. Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar” (Mc 6,45-46). Así tuvo que desalentar las intenciones de ver en él a un rey que les resolvería sus necesidades materiales. No lo comprendieron, como sucede también en nuestro tiempo toda vez que se confunde la Salvación traída por Cristo con una retribución física.

Luego de obrar el milagro, ya en soledad, Jesús quiso encontrarse consigo mismo en el silencio de la noche callada. Y Dios dialogó en sus tres santas Personas haciendo que de aquel divino coloquio emergiera amor.