Sábado, 04 Mayo 2024

Editoriales

¿Aún no entienden?

¿Aún no entienden?

Luego del milagro de la segunda multiplicación de panes y peces, el Señor se encontró con la incomprensión, tanto de los fariseos, como de sus propios discípulos.

“Y salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole una señal del cielo, con el fin de ponerlo a prueba. Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: «¿Por qué esta generación pide una señal? Yo les aseguro: no se dará, a esta generación, ninguna señal». Y, dejándolos, se embarcó de nuevo, y se fue a la orilla opuesta” (Mc 8,11-13).

Fue un despropósito que los fariseos hayan pedido un milagro a quien había alimentado a una muchedumbre con unos cuantos panes y unos pocos peces. Ellos pretendían ver un milagro cósmico como condición para creer en Jesús, manifestando así que lo de los panes no significó nada para ellos, pero Jesús rechazó un acto de exhibición porque en tanto que el milagro se pide por fe, la exhibición se exige por incredulidad. Y de su corazón se asomó un profundo gemido de compasión.

El Señor se compadeció de ellos porque no quisieron ver en él al Mesías querido por Dios, sino a un mesías querido por ellos, y les cuestionó acerca de aquella generación que le pide una señal.

Tras la incomprensión de los fariseos vino la de sus apóstoles: “Se habían olvidado de tomar panes, y no llevaban consigo en la barca más que un pan. Él les hacía esta advertencia: «Abran los ojos y guárdense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes». Ellos hablaban entre sí que no tenían panes. Dándose cuenta, les dice: «¿Por qué están hablando de que no tienen panes? ¿Aún no comprenden ni entienden? ¿Es que tienen la mente embotada? ¿Teniendo ojos no ven y teniendo oídos no oyen? ¿No se acuerdan de cuando partí los cinco panes para los 5,000? ¿Cuántos canastos llenos de trozos recogieron?» «Doce», le dicen. «Y cuando partí los siete entre los 4,000, ¿cuántas espuertas llenas de trozos recogieron?» Le dicen: «Siete». Y continuó: «¿Aún no entienden?»” (Mc 8,14-21).

En la barca, Jesús quiso advertir a sus apóstoles acerca del engaño de las apariencias para que pudiesen distinguir bien lo auténtico de lo falso, pero ellos estaban con la atención puesta en que ya estaban en medio de una travesía y no había en la barca nada más que un pan para todos ellos, y no atendieron a las advertencias que el Señor les presentaba. Les preocupaba qué habrían de comer a pesar de que habían sido testigos del milagro de los panes. Jesús estaba con ellos en la barca. ¿Olvidaron, acaso, que él puede sacar de un pan muchos otros más?

Luego de su lamento por la necedad de los fariseos, los de fuera, Jesús se contristó por la cerrazón de los apóstoles, que son los de dentro, y les presentó un justo reclamo con las preguntas ¿Aún no comprenden ni entienden? ¿Es que tienen la mente embotada? por su falta de entendimiento por tener la mente puesta en otros intereses.

Al proclamar nuestra Fe, afirmamos que Dios Padre es creador de todo lo visible y también de lo invisible, de lo que no puede conocerse por los ojos ni por los oídos, sino por el corazón. Pues para recibir la doctrina de Jesús es imperativo disponer el corazón, como él mismo lo afirmó en el Sermón de la Montaña cuando dijo que son “bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8), y así habló de nosotros, pues el corazón dispuesto, que impide que la mente se perturbe, nos permite conocer lo que el Señor nos quiere revelar.

Jesús invitó a los suyos a meditar en los acontecimientos vividos y los hizo ver que las sobras del milagro fueron doce canastos y siete cestas, suficientes, en su simbolismo teológico, para ser alimento de todos los pueblos. Luego les preguntó, con cierto reclamo: ¿Aún no entienden?

En nuestro tiempo, nosotros somos partícipes del milagro de los panes en la santa Misa, pero esas palabras de consagración a veces nos parecen rutinarias porque, tal como los discípulos, andamos distraídos por variadas preocupaciones, tal vez pensando que no tenemos suficientes panes para las diversas necesidades, olvidando que el Pan de la vida está en el altar para nosotros. Entonces nos vendría bien recordar la pregunta del Señor en la barca: ¿Aún no entienden?

El Señor, a pesar de nuestra desatención e incomprensión, no deja de invitarnos a conocerlo mejor para que podamos mirar lo que los ojos no ven y escuchar lo que los oídos no oyen.