Sábado, 04 Mayo 2024

Editoriales

Ver claramente desde lejos

Ver claramente desde lejos

La incomprensión hacia Jesús, tanto de los fariseos como de los apóstoles, encontró su razón de ser en un hombre ciego a quien el Señor le devolvió la vista: “Llegan a Betsaida. Le presentan un ciego y le suplican que lo toque. Tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntaba: «¿Ves algo?» Él, alzando la vista, dijo: «Veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero que andan.»” (Mc 8,22-24).

Esta perícopa guarda estereotipo con la del sordo y mudo (7,32-37) en tanto que ambos lisiados representan la pérdida de la fuerza de vida que padecía Israel, que no escucha, no expresa lo que es correcto y tampoco ve; aunque a su vez, en el contexto en el que se desenvuelven ambos relatos, los discípulos teniendo ojos no ven y teniendo oídos no oyen (8,18) porque no comprendían las advertencias que Jesús les presentaba; y así, la curación de este ciego es ilustrativa de la sanación que el Señor hará en el corazón de los discípulos.

Así como lo hizo con el sordo, Jesús aplicó su saliva como un símbolo de unción para mostrar la aproximación y el contacto de Dios con el hombre. Puso su saliva en los ojos del ciego, luego le impuso las manos para ayudarle a aceptar lo que sería su curación y después le preguntó si veía algo, una pregunta de la que se infiere que Jesús no esperaba de inmediato una curación completa y que permanecería con él en un proceso gradual hasta que recobrara la vista por completo.

El Señor le mostró su interés en su deseo de saber qué tanto podía ver luego de recibir la unción en sus ojos. Provocó un diálogo con él para que le participara cómo iba recuperando la visión de las cosas, y le hizo saber que apenas comenzaba a ver la sombra de la que luego vería su realidad.

“Después, le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente y quedó curado, de suerte que veía de lejos claramente todas las cosas” (Mc 8,25). Ungió los ojos del ciego por segunda ocasión y al instante las sombras se tornaron resplandecientes y claras, y desde el horizonte surgieron las formas y las figuras perfectas de todas las cosas que fueron creadas por Dios. Y el ciego quedó sanado porque tres milagros obró el Señor en él, pues recobró la vista, quedó curado y veía todo claramente. Sí, “ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido” (1 Co 13,12). Luego miró el rostro de Cristo, y sus ojos se empaparon de jubilosa alegría tras años de estar resecos.

El propósito de la curación del ciego de Betsaida no está tanto en la recuperación de la vista, como en presentar el acompañamiento de Jesús en el recuperar la visión, como lo hizo en aquel hombre que había ido perdiendo su capacidad de ver, de comprender.

El Señor se presenta como maestro de oración que nos acompaña en la fe porque sabe que una transformación como la exige en el Evangelio no se alcanza fácilmente. Aunque a veces se suponga que el cambio será de inmediato, el Señor desea personas comprometidas con la Buena Nueva y dispuestos a dar testimonio de su amor divino. Jesús, pues, no deja solo a nadie en tan arduo quehacer, y en su cercanía nos enseña, nos guía y nos pregunta cómo va creciendo en nosotros la fe: ¿Ves algo? Y hace que miremos cómo nos mira, pues para ver claramente desde lejos es preciso hacerlo desde el corazón, donde el Señor obra el milagro de recuperarnos la visión de aquello que sí es digno de contemplar.

“Y lo envió a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo.»” (Mc 8,26). La casa del ciego estaba en la aldea de Betsaida. ¿Cómo puede volver a su casa si no entra a la aldea? La interpretación se refiere a no volver a las prácticas caducas del judaísmo representadas en aquella aldea. Jesús le enseñó que no volviese a vivir en una paradoja que en apariencia proporciona seguridad pero que oscurece la visión perfecta de la obra divina de la vida.

En nuestro tiempo, algunos ya no miran como su destino a Dios, y tal como el ciego, sobreviven con los despojos de los afectos que la misma sociedad les arroja, sin advertir que se hacen dependientes de esos desechos, sombras de la realidad.