Habían sido ya muchas las censuras a Jesús. Los escribas lo calumniaron y acusaron, los fariseos lo censuraban y lo enfrentaban, los discípulos no lo comprendían, pero le exigían. Jesús necesitaba darse un retiro; la voz del desierto lo llamaba, la soledad y el silencio le eran precisos: “Y partiendo de allí, se fue a la región de Tiro, y entrando en una casa quería que nadie lo supiera, pero no logró pasar inadvertido, sino que, en seguida, habiendo oído hablar de él una mujer, cuya hija estaba poseída de un espíritu inmundo, vino y se postró a sus pies. Esta mujer era pagana, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio. Él le decía: «Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella le respondió: «Sí, Señor; que también los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños». (Mc 7,24-28).
Tiro, capital del territorio de Fenicia, junto con Sidón, regiones paganas, sería un buen espacio para estar apacible; pero una mujer lo descubrió reconociendo en él a aquel hombre que sería una luz grande que brillaría sobre los que vivían en tierra de sombras haciéndoles grande su alegría (Cfr Is 9, 1-2). La mujer, afligida porque su hija era víctima de un demonio arraigado en ella, y conocedora, por lo que había oído hablar de él, de la potestad de Jesús sobre los demonios, apresurada lo alcanzó y se postró ante él, intuyendo que respondería a su súplica.
El evangelista subraya el origen no judío de esta mujer griega, descendiente de sirios y fenicios. Su origen pagano no fue impedimento para que ella dialogara con Jesús, pues la escuchó suplicar por el bien de su hija al tiempo que expresaba, calladamente en su angustia, que las fuerzas del mal también actuaban entre los paganos.
Era costumbre judaica referirse a los gentiles como «perros» de manera despectiva, una expresión que comenzó por ser una denostación pero que con el tiempo se convirtió en un gentilicio coloquial. Los judíos, que se consideraban «hijos de Dios» (Cfr Dt 14,1), nada hacían por incluir a los no-judíos, en esa filiación divina. Jesús, por su parte, siguiendo el plan de salvación de Dios, le recalcó a la mujer griega que primero habría que saciar a los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos, pues aunque Israel es el destinatario histórico de la acción de Cristo, no lo es en exclusiva. Dios, que había erigido una alianza con Israel, acogió a los gentiles en la Alianza nueva en Jesucristo. Dios suele hablar a través de los acontecimientos, y en esta mujer griega se encuentra el anuncio de que Cristo es pan para todos los pueblos.
El Hijo del carpintero, alegre por haber escuchado palabras sensatas en esta preclara mujer, luego del acoso y persecuciones de los israelitas, expresó la emoción de su corazón: “Él, entonces, le dijo: «Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija». Volvió a su casa y encontró que la niña estaba echada en la cama y que el demonio se había ido” (Mc 7,29-30). En efecto, por lo que has dicho, por la lucidez en la expresión de su anhelo, por su deseo de participar de la salvación y por haber pedido su ingreso al reino de Dios, el Señor expulsó al demonio y lo desterró de la comarca.
El mal ha ido adquiriendo con el tiempo diversas formas de manifestación en variados vicios, y cuando nuestros hijos son acometidos por adicciones, cuando son influidos por amistades nefastas que les derriban sus valores y les descomponen la vida, quisiéramos que Dios expulsara de ellos lo que los mantiene aprisionados por el mal. ¡Cuánto se sufre como padre por los padecimientos de los hijos! En los propios hijos se comprende la dicha de aquella mujer cuando, al volver a su casa encontró a su hija liberada del mal. Vislumbramos igualmente la alegría de Dios al vernos liberados, como hijos suyos, tal cual invocamos en la oración del Padre Nuestro:«Líbranos del mal».
Esta mujer sirofenicia es modelo de los paganos que aceptarán el Evangelio después de la muerte y resurrección de Jesús, pues aquella mujer había comprendido que Jesús mismo era el Pan que los hijos tiraron con desdén de la mesa del Padre. Comprendió que de ese Pan podemos comer todos, pues la dicha para el hombre está en ser solamente el perrito de Dios, el pobrecillo, el más pequeño de sus hijos.