Del poeta florentino y genio de la literatura italiana, Dante Alighieri, que nació el 25 de marzo de 1265 y murió el 14 de septiembre de 1321 a la edad de 56 años, han honrado su memoria varios pontífices, entre ellos, en el último siglo transcurrido, Benedicto XV en 1921 con ocasión del VI centenario de su muerte, León XIII, Pío X, Pablo VI, Benedicto XVI y ahora Francisco, quien lo ha hecho mediante la Carta Apostólica Candor lucis aeternae, hecha pública el 25 de marzo de 2021, año del VII aniversario de la muerte de Dante, ocurrida en Ravena, Italia.
El segundo Domingo de Pascua de cada año es posible ganar la Indulgencia Plenaria debido a que es el Domingo de la Divina Misericordia, una celebración que fue instituida por el papa santo Juan Pablo II el día 30 de abril del año 2000, cuando durante la homilía de la Misa en la que canonizó a santa Faustina Kowalska, la vidente de las revelaciones del Señor de la Misericordia, determinó que el segundo domingo de Pascua de cada año fuese designado “Domingo de la Divina Misericordia”.
Ese gesto que tuvo Jesús en el curso de la Última Cena hacia sus apóstoles, en un acto que era reservado a sirvientes y esclavos que lavaban los pies de su señor al regresar de viaje a casa, ese gesto fue más allá de un lavado de pies.
En su Historia de Cristo, Giovanni Papini razona que “únicamente una madre o un esclavo hubiera podido hacer lo que Jesús hizo aquella noche. La madre a sus hijos pequeños y a nadie más. El esclavo a sus dueños y a nadie más. La madre, contenta, por amor. El esclavo, resignado, por obediencia. Pero los Doce no son ni hijos ni amos de Jesús”.
Antes de llegar a Jerusalén para concretar su entrada mesiánica a la Ciudad Santa, Jesús había atravesado la aldea de Jericó donde, al salir, se encontró con un mendigo ciego de nombre Bartimeo. Esta ciudad, que se ostenta como la más antigua del mundo en un gran letrero que pende del edificio de la municipalidad, solía ser en tiempos de Jesús un sitio de esparcimiento donde ricos y poderosos edificaron palacetes veraniegos con infaltables piscinas para su descanso y gozo.
Los obispos de México han dado a conocer, a la vez de alertar a todos los fieles creyentes en el Dios de Jesucristo y a la opinión pública en su conjunto, acerca de diversas iniciativas de ley que se han venido presentando con el objetivo de implementarlas a fin de afectar las vidas de los mexicanos. Lo hicieron mediante un comunicado, fechado el 11 de marzo y que lleva por título Unidos por el bien común, emitido por la Conferencia del Episcopado Mexicano, su organismo colegiado.
La vivencia de la Cuaresma va obligadamente acompañada de las prácticas cuaresmales, la limosna, el ayuno y la oración, tres prácticas que aunque todo cristiano debiese observar siempre, es en el tiempo de Cuaresma cuando no pueden dejar de concretarse por ser un tiempo de preparación para el acontecimiento salvífico que Cristo nos trae, pues la oración nos comunica con Dios, el ayuno nos hace ver hacia nosotros mismos y la limosna nos relaciona con el prójimo.
Con el Miércoles de Ceniza da inicio la Cuaresma, un tiempo en el que hemos de desear, buscar y obtener la Conversión a fin de llegar más allá de donde ahora nos encontramos, pues Dios mismo así lo quiere: “Arrepiéntanse, pues, conviértanse, para que sus pecados sean borrados” (Hch 3,19) porque Dios no desea la muerte del pecador, sino su conversión: “Yo no me complazco en la muerte del malvado, sino en que el malvado cambie de conducta y viva. Conviértanse, conviértanse de su mala conducta y vivan” (Ez 33,11).
Conviene tener precaución al considerar que la humanidad de hoy es mejor que la de ayer. En efecto, cometemos un error al atribuir al ser humano los mismos criterios de medición que aplicamos para la ciencia o la tecnología, pues quedamos engañados considerando que ahora somos mejores personas que las que vivieron hace mil o dos mil años.
E n lo que se ha traducido como una flagrante violación a los derechos humanos, particularmente a la Libertad Religiosa, a inicios del siglo XX el pueblo mexicano sufrió una cruenta persecución por parte de su gobierno, si razón ni motivo algunos, solamente por odio a la fe en Jesucristo y en rechazo a las ancestrales raíces cristianas de México.
El Romano Pontífice nunca podría incurrir en herejía en virtud de ser el sucesor de Pedro, pues a su persona se extiende el deseo de Jesucristo: “Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hallas vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32). A este deseo del Señor se ha sumado la constitución dogmática Pastor Aeternus del Concilio Vaticano I, de 1870, en la que se estableció el dogma de la Infalibilidad papal.