El Señor fue atado en varias ocasiones durante su Pasión, como afirma el Evangelio: “Después de haber atado a Jesús, le llevaron y le entregaron a Pilato” (Mc 15,1). También lo aseguran diversos místicos que por revelación coinciden en que fue atado de manos y con cuerdas que rodearon su pecho y cintura. Los verdugos lo ataron al aprehenderlo, durante sus juicios ante el sanedrín y ante el pretor romano y en la ejecución de su sentencia a morir crucificado.
En el transcurso de la Última Cena, Jesús quiso servir a sus discípulos en un acto que era reservado a los sirvientes y esclavos que lavaban los pies de su señor al regresar de viaje a casa; y también quiso purificarlos antes de comer su Cuerpo y beber su Sangre en la Eucaristía, como lo refiere el Evangelio: “Tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla” (Jn 13,4-5).
Tanto Jesús, como los apóstoles que celebraron la Última Cena en la que el Señor nos dejó su Cuerpo y su Sangre en el sacramento de la Eucaristía, comieron recostados, como da cuenta el Evangelio: “Y mientras comían recostados, Jesús dijo: -Yo les aseguro que uno de ustedes me entregará, el que come conmigo” (Mc 14,17), pues en aquel tiempo los comensales se acomodaban en un tipo de mesa conocido como Triclinium, de baja altura.
Las Sagradas Escrituras mencionan en variadas ocasiones un lugar geográfico conocido como el Cedrón, un sitio que también Jesús recorrió, como lo refiere el Evangelio: “Pasó Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos” (Jn 18,1).
Para que un traidor sea tal es porque debió haber sido un amigo. En efecto, traidor es quien vulnera la confianza que avaló el amor fraternal de la mutua amistad. Una antigua tradición le ha llamado “La Noche de Judas” al ocaso del sol en el Miércoles Santo cuando Iscariote se dirigió a Jerusalén, al palacio de Caifás, para concretar una compra-venta con él, el sumo sacerdote, ventajosa para ambos; y ya sin necesidad de presentaciones, negoció su mercancía: -¿Cuánto me das si te lo entrego? (Mt 26,15). Luego estiró la mano para recibir treinta monedas que probablemente habrían sido obtenidas de las ofrendas presentadas en el templo. Era, pues, dinero sagrado.
El Evangelio refiere que “al sexto mes (de la concepción de Juan el Bautista) fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: -Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,26-28). Durante el encuentro providencial, el ángel procedente del cielo vio a la Virgen Inmaculada, ella vio al mensajero celestial e intercambiaron miradas y palabras comentando el mensaje del que era portador: “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús” (Lc 1,31).
El Evangelio refiere que estando Jesús clavado en la cruz “fue uno corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber” (Mc 15,36). La sed de Jesús dice mucho en dos palabras, “Tengo sed” (Jn 19,28), con las que manifestó la única queja de todo su dolor. En su agonía se cumplió la profecía: “En mi sed me han abrevado con vinagre” (Sal 69, 22). Mientras, el demonio se erguía orgulloso y satisfecho; nunca había visto así a Dios, sometido por su creatura amada hecha un verdugo.
El día 3 de marzo de cada año se celebrará la memoria litúrgica de la beata María de la Concepción Cabrera de Armida, tal y como lo expresa la Carta Apostólica del papa Francisco mediante la que concede que sea llamada Beata, documento fechado el 4 de abril de 2019, precisamente un mes antes de su beatificación en la basílica de Guadalupe, de la arquidiócesis de México, en la santa Misa presidida por el cardenal Giovanni Angelo Becciu, Prefecto de la sagrada Congregación para las Causas de los Santos en compañía de unos 80 obispos de México.
De san Pedro a Francisco la Iglesia ha tenido 266 papas. A los que más conocemos es, naturalmente, a los de nuestro tiempo. Uno de todos los papas, en particular, puede ser que sea el más famoso aunque, paradójicamente, el menos conocido; se trata de Alejandro VI, cuyo nombre dice poco a muchos, pero si se le llama por su nombre en el siglo, Rodrigo Borgia, entonces sí se sabe de quién se trata, aunque su sólo apellido se identifica con inmoralidad y corrupción en la Sede apostólica.
La catedral de París, dedicada a Nuestra Señora la Virgen María, se edificó entre 1163 y 1245. La fachada se terminó en el año 1200, las torres a mediados del siglo XIII y todo el conjunto a inicios del siglo XIV. Es una de las catedrales góticas más antiguas del mundo y probablemente una de las más famosas. Se construyó en la “Isla de la ciudad”, rodeada por el río Sena, sobre vestigios de un templo romano dedicado a Júpiter, y sobre los restos de dos iglesias cristianas, una románica y una medieval del siglo VI dedicada a Saint Etienne. Su fachada mide 40 metros.
En la Exhortación Apostólica Postsinodal Christus vivit, del 25 de marzo de 2019, en 50 páginas y en nueve capítulos el papa Francisco se dirige a los jóvenes.
En la Introducción, los anima: “Cuando te sientas avejentado por la tristeza, los rencores, los miedos, las dudas o los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la esperanza”.
La sociedad se ha dividido en dos grandes grupos marcados por una antagonía que parece salida de un mal sueño, de una pesadilla en la que a la madre se le induce a matar a su hijo luego de que el Estado -responsable de salvaguardar su vida- lo consiente además de recomendar a todas las madres que ellas también lo hagan impunemente.